Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

7 jul 2014

Capítulo XXIX


Pero un día…

 (Final del Capítulo XXVIII; Pero un día...)

Sí, un día que auguraba un final nunca deseado y jamás sospechado.
Mi viaje a Florencia fue como el reencuentro con mis gustos y aficiones por el arte desde niña. Aquel compañero, Claudio, joven y apuesto, se desvivió en atenciones: me sentía feliz. Al fin todo parecía estar en orden y, al fin, parecía estar enamorada por segunda vez en mi vida. Llevábamos solo cinco días de los quince previstos, cuando Claudio recibió un telegrama: su único hermano había sufrido un accidente de coche. Regresamos de inmediato y, por supuesto, por mi parte sin avisar a Lucrecia. Eran  más de las diez de la noche, cuando entraba en el chalet. Mi gran sorpresa, tras encender luces, fue el comprobar que Lucrecia no estaba. Todos los días, al atardecer, habíamos hablado  por teléfono y sus palabras eran siempre tranquilizadoras: Todo  va bien, muy bien; no te preocupes por nada y disfruta lo que puedas –solía repetirme-. Pero su ausencia me precipitó en una serie de interrogantes: ¿Le habrá sucedido algo?   A lo mejor su hijo… Nerviosa y preocupada, me disponía a deshacer el equipaje, cuando la parada de un coche en la puerta del chalet, me llevó a mirar con discreción por la ventana. Sí, de un taxis, a toda prisa, se bajaba Lucrecia, pero alguien, que no pude ver, la acompañaba. A punto estuve de desplomarme en la cama pero haciendo un esfuerzo le salí al encuentro: ¡Vaya susto que me he llevado! ¿Te ha pasado algo? ¿De dónde vienes? Un poco alterada, pero controlándose bien, contestó con toda naturalidad. ¿Qué te pasa a ti que has vuelto tan pronto? Mi compañero recibió un telegrama con urgencia de regreso. Pues a mí –dijo- ¿qué me iba a pasar? Fui a ver a mi Miguel. Me dieron permiso para llevarlo al cine y se nos hizo tarde. Eso es todo. Si hubiera sabido que veníais… Pero lo que menos esperaba era esta sorpresa. ¡Qué alegría! –exclamó cambiando totalmente de tono y abrazándome- Te veo muy bien. ¡Cuánto me alegro!
Las explicaciones de Lucrecia me tranquilizaron a medias; estaba claro que alguien la acompañaba. Aquella noche, ya en la cama, aunque trataba de tranquilizarme algo me quitaba el sueño; no eran horas de regresar el niño al colegio. Los horarios eran muy rigurosos. De nuevo Lucrecia volvía a ser causa de mis insomnios y preocupaciones. Al día siguiente, me despertaron sus grandes carcajadas en claros coqueteos  con Andrés, el jardinero. Salí sin decir palabra y me detuve en una cafetería próxima; necesitaba un buen café. La vecina del  chalet colindante con el mío estaba también allí. Se me acercó: no sé –dijo-, si debo o no decirte algoPor supuesto; puede decirme lo que  quieras.  Verás es que mi hijo llega muy tarde a casa y como anda con la moto, hasta que no regresa, no me acuesto y vengo observando cómo entra a tu casa un hombre por la puerta de atrás… ¿Un hombre? ¿Estás segura? ¿Y cómo es? ¿Y a qué hora? ¿Te estoy preocupando, verdad? Me lo imaginaba, y no sé, no puedo decirte  mucho más porque no se ve luz alguna y llega andando… Tal vez la chica que tienes contigo…

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