Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

31 ene 2019

Relato de mi novela Sol de Otoño







Preciosa Ribera de mi pueblo, Villa del Río

Silencio y balbuceo de los mayores en las plazas,  en los paseos, silencio y murmullo del agua en las fuentes, en el río, canto que embelesa en sonoros trinos, la paz de los pueblos.  

Mi buen amigo y compañero Carmona esperaba hoy a su hija y nietos. Durante todo el día, a pesar de su acostumbrado pesimismo, hoy, desde bien temprano, lo he notado  con un gesto de felicidad que le salía a flor de boca:  ¡veremos  que traen al abuelo esos pillines de mis nietos que son la leche de graciosos y listos!      –ha exclamado-. Mi yerno también viene, aunque mi hija es la que dispone  pero  él me quiere, y yo no tengo queja. Lo hace muy bien con mi hija, y conmigo, que cuando paga la Residencia, le queda bien poquito para un desahogo. Tengo suerte con ellos lo único que me queda.
Pero, a medida que ha ido cayendo la tarde, Carmona, bien arreglado, sentado en un poyete del caminillo de entrada, esperando el coche de la familia, se ha ido también oscureciendo, como si, poco a poco, se fuese desvaneciendo su alegría. No han venido –me dijo con lágrimas disimuladas-. No obstante saca fuerzas para conservar su humor y disculparlos: ¡no, si yo me estaba tenía como el volunto de que no iban a venir. Me decía que la chica estaba un poco tontilla con las vacunas. Seguro que la tiene mala. De no ser así, ellos hubieran venido por encima de todo.
¡Pobre Carmona! ¡Si su hija lo hubiera visto toda la tarde esperando, apoyado en su marrilla, con la gorra hasta los ojos y su rostro feliz al principio, apagado después, y sus ojos traspuestos con cada coche que entraba y salía...!
La madre Marcela tocaba la campana anunciando la hora de la cena, ¡Vamos, hombre! - exclamé-; otro día vendrán. Vete tú, Paco –me contestó-. Esperaré otro poco por si hubiesen tenido algún percance con el coche.
Tarde, muy tarde, la hermana Marcela lo entraba al dormitorio. Al paso lo oí exclamar: ¡Si es que ya somos un estorbo! ¡Si es que ya somos lo último!
Soledad de los ancianos, hijos, que hemos aprendido a tragarnos los malos ratos y seguir sonriendo, aunque nuestra sonrisa, bien entendida, sea la expresión de nuestras lágrimas por el olvido y soledad en que nos dejan nuestros seres más queridos.

 Hasta aquí, un relato de esta novela real como la vida, un relato para reflexionad y entended que no es caridad de buenos hijos, el atender a los padres, sino obligación. Una visita, una llamada, un paseo, pequeños, pero muchos detalles que le hagan comprender a los mayores y solos que son queridos, atendidos, deseados y cuidados por los hijos.
Que nunca un mayor se pueda sentir estorbo, que nunca pueda sentir que es el último para todo.
Amigos, entiendo que hay padres que se exceden en exigencias, reproches, malos humos, etc. pero, no dando alas a lo que en el fondo es un egoísmo y un abusivo chantaje,  no dejemos de hacer lo que es nuestra obligación: atendedlos  y amadlos.




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