Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

4 feb 2019

CARTA A LUCRECIA III



                      Lindas florecillas  silvestres

Querida Lucrecia: he vuelto de la sierra, tras un intenso día de domingo, con un gran ramo de romero y tomillo. Ahora los guardo en una bolsa y, cuando están secos, me sirven de sahumerio, que da gusto cómo huele mi casa. En nuestros tiempos, una ilusión, una magia era la de hacer colonia: pétalos de las más olorosas flores metidos en alcohol. Pero aquello jamás funcionó. Tú llevabas siempre en el bolsillo un pequeño bote, con forma de bota, que yo envidiaba, de perfume fuerte. ¡Era demasiado! Una vez, hasta vomité, con unas gotas que me pusiste en las muñecas.
Aquel rincón  de la sierra te gustaría: pozo, parras, higueras, pinos, palomos y silencio, mucho silencio, y montes, abismos., nubes, silbo  del viento, voz que rememora  otros tiempos.  ¡Una maravilla! Cuando subo a la sierra, y paso allí el día, en mi casa sencilla pero acogedora, entrañable... tengo la sensación de que bajo siendo algo mejor. Es como si un hábito  de humanidad por un lado e indiferencia por banalidades, por otro,  me recubriera y protegiera. Algo así como más sensible a la realidad de esta corta vida tan llena de vaivenes, de agridulces que raramente saboreamos.
Muchas veces, cuando tanto deseabas que te tocara la lotería, que te pasaran cosas buenas, yo te repetía: "lo mejor lo tienes ya; sólo que no te has dado cuenta. La felicidad no es el dinero, la felicidad es saber cómo gozar de lo mucho que tenemos y pensar en lo mucho que podemos perder.
¿Acaso no éramos felices jugando a las tiendecitas? ¡Claro que sí! Hemos perdido fantasía, ingenuidad, ilusión... ¿Ganado? Tendríamos que haber ganado mucho, sobre todo madurez para entender este corto paseo que es la vida. No obstante, ya lo ves, nos sentimos infelices por no tener cada día más y más; por no ser cada día más y más... Nos hacemos infelices por desperdiciar lo que tenemos en aras de lo que deseamos. ¡Una tontería, Lucrecia, una auténtica contradicción!
Dime, Lucrecia, ¿de qué color crees tú que debería ser el luto por la libertad? ¡Vaya pregunta! Yo de esas cosas no entiendo. Pues a mí no se me antoja color alguno, porque pienso que allanarla, devorarla, mutilarla equivaldría a borrar del cielo el arco iris: desaparecerían todos los colores y sus posibles combinaciones.

¿Te acuerdas, Lucrecia, de aquel año que con mi marido e hijos nos fuimos a veranear a Segura de la Sierra? En aquel pueblo, todo silencio, todo paisaje e historia y a la sombra de su casi derruida iglesia romana, se podía uno perder con esa maravilla que pueden ser las huellas del paso de otra gente que ya no está en ninguna parte, pero que era fácil adivinar con sólo detenerse y mirar.
Y allí, nada más apuntar el sol, los cuatro turistas que ocupaban el mesón de doña Petronila, puestos en pie, estudiaban los caminos, buscando dónde emigrar cada día. Nosotros nos quedábamos. A ti te daba igual, con tal de perderte un rato con el Ontoño. Los niños  preferían aquel pequeño jardín, increíble mirador, desde el que se veían nacer las nubes y las tormentas. Mi marido y yo convivíamos con aquellas pocos vecinos en divertidos y amenos corrillos callejeros.
Creo que desde niña siempre fue así: me gustaba  la gente, el sabor de la tierra, el trajinar de los aceituneros en los inviernos y el de los segadores en los veranos. Me gustaba el ir a pasear con papá por los campos, por los trigales, a las eras... Me gustaba ir al puente a esperar el tren correo para sentir el trepidar de las vías bajo mis pies. Me gustaban los nidos de las golondrinas y el camino de Santiago en el cielo. Sí, sí; lo recuerdo. Me gustaba pasear por delante de la cochambrosa puerta de la cárcel.
Como un sueño ancestral, las noches de luna llena, cuando íbamos con papá y mamá a nuestro melonar: grillos, estrellas, linternas, historias...Viví, Lucrecia, viví, a pesar de las carencias de la postguerra, una infancia feliz, porque tuve buenos padres; los mejores.
Y esta noche, con el recuerdo de mi familia, del pueblo, de la era,  de ti, comienzo un poema que dice así:
No sé qué pasa hoy que la alegría me cansa /. Mi vida, una nada que se izó en sueños, sonrisas, besos, palabras... / Busqué revuelo de gaviotas / secretos en las veredas / suspiros en las almas..."
¿Hoy? Hoy, querida  amiga, sigo buscando  revuelo de gaviotas, secretos en las veredas y suspiros en las almas.




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