Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

25 ene 2019

Una gitana en mi vida





El sol sale y se pone para todos  los seres humanos: 
no ve, no tiene ojos; tienes luz y calor para todos.

Primero, miradas, después, sonrisas, más tarde, saludos; finalmente sencillas pero fluidas palabras. Sí, ella era gitana. Aparecía cada semana con  el mercadillo y, como si de una reina se tratase, el marido y los hijos, la veneraban. Era de gesto amable, de sonrisa fácil... Las primeras palabras partieron de mí: ¡Vaya trenza que tiene! Mis hombres no quieren que me la corte. Una trenza negra, sedosa, gorda, larga hasta la cintura. ¡Y usted sí que viene siempre guapa! A partir de aquel día, cada semana, una cita, un café, unas sustanciosas frases. Cuando llegó el verano, invariablemente me traía una moña de jazmines, y yo, con ella entre mis manos, sentía que una profunda emoción me invadía. Era evidente su sensibilidad, delicadeza... ¿agradecimiento? Creo que sí, que aquella mujer, sin cultura alguna, pero educada e inteligente, valoraba  y agradecía mi actitud hacia ella.
Un día  faltó. La buscaban mis ojos, la buscaba mi alma. Sin ella aquel lugar estaba vacío. La gente en tumulto iba y venía. Los pregones se sucedían en vocerío de competencia. La cafetería rebosante de café y churros, pero yo estaba sola; faltaba y me dolía en el alma, mi amiga gitana, mi moña de jazmines. Pregunté al marido, fiel siempre a sus mercancías. Está mala de los nervios. Pasó el tiempo: un año, quizás dos… una mañana de mercadillo, sentada en la terraza, una mujer me miraba, me sonreía, se me acercaba: era ella. Su trenza larga persistía, pero en su gesto se dibujaba una triste sonrisa: me he quedado sorda,  pero mis hombre no quieren que me opere. Compartimos café, alegrándonos por el reencuentro. Gesticulaba para decirme que yo estaba bien y que ella sufría de depresión, de dolores de cabeza... De pronto, su rostro se iluminó. De una taleguilla sacó un álbum de fotografías: era su nieto. Entre mis manos temblaban aquellas fotos de un precioso niño gitano. ¿Guapo, verdad?

Esta noche al recordarlo, una especie de plegaria me brota del alma: ¡Ojalá nadie, nunca margine, a un ser humano, a un niño,  porque también ellos, cuando llegaron al mundo,  encendieron una nueva estrella  en el universo.

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