Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

28 nov 2016

Cartas desde la residencia

(De mi novela del mismo título)

Ya va siendo hora,  queridos hijos. de que empiece a hablaros de este lugar al que, poco a poco, me voy acostumbrando. Mis primeros días fueron como son siempre las primeras cosas: un poco difíciles y extrañas. El ambiente aquí reinante está cargado de cierta fraternidad y camaradería, que lo hace agradable y familiar. Lo que peor sobrellevo, y no puedo hacer nada para remediarlo, es que esto sea una Residencia de ancianos. Quiero decir de auténticos ancianos, que se resignan a serlo y a pasar el resto de sus vidas esperando la muerte, entre recuerdos, añoranzas, críticas de las monjitas,  cuatro partidas de dominó o de damas, y silencios, muchos y largos silencios. Silencios de afuera, porque, esa máquina del pensamiento que anida en nuestro cerebro, trabaja sin pausas, evocando tristes recuerdos, gritando que somos desvalidos, marginados, solitarios..., haciendo emerger a nuestro semblante ese gesto que se advierte, perdido como en un caos infinito. Aquel “ya, ¿para qué?” de tía Virtudes, se descubre en nuestras miradas  deambulantes, sin tener dónde posarse, porque todo lo que queremos está tan lejos..., que escapa a nuestros ojos turbios y cansados.
Ya os dije y hoy os lo repito: yo no puedo permanecer así. La vida hay que llenarla en su totalidad, incluida la vejez. No puede uno pararse a cierta edad, pensando que ya todo está hecho. Quedaría incompleta una faceta de nuestra vida. Hay que construir hasta que las fuerzas nos abandonen del todo, porque si uno no está satisfecho de la juventud, si dejó cuentas pendientes con el pasado y además abandona el escaso presente que nos queda, yo diría que está ya muerto. De ahí que decidiera escribir estas cartas que os iré dedicando a vosotros, mis hijos tan queridos, pero también a determinados amigos que lo fueron y su presencia en mí vivirá el tiempo que yo viva.
No quiero con esto decir que yo me pase la vida encerrado en mi dormitorio escribiendo, o estudiando la forma de ser útil y necesario a una sociedad que ya me ha recluido. No, no es eso, pero trato de escapar a la pasividad, al conformismo, a esa forma de vegetar hasta el resto de nuestros días.
Sois jóvenes, hijos míos, y creo que no habréis tenido tiempo de descubrir la frágil naturaleza humana tan dada a la ligereza de opinión, tan presta a juzgar, tan decidida a criticar... Es como un amasijo de rabietas infantiles que llevamos dentro y que, de vez en cuando, aflora, confundiendo la grandeza de nuestro espíritu con la pequeñez y debilidad de la materia.

Bueno, suena la campana el primer toque para la comida, y eso quiere decir que  os tengo que dejar por hoy. El jardín es una alfombra de hojas de los plataneros. Madre Lucía vocea: ¡niños, a comer! ¿Niños? No me gusta que nos hablen de tú, no me gusta que nos llamen niños. Yo, al menos, con ese trato me siento más viejo. Os quiero.

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