Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

10 may 2015

El leñador y la hoguera


Pero tras la belleza y paz que conlleva una simple mirada, en este caso, anoche a mi Avenida, es imposible guardar rencor. Por eso, a este "leñador" 
como a otros y otras, los sigo queriendo.
Amigos/as: Hoy domingo, he repasado una obra que dediqué a mis hijos, Son relatos basados en hechos reales. Este de hoy fue algo que me sucedió con alguien que tenía por gran amigo y al que le profesaba un gran cariño. Me sentí traicionada y escribí esto:

Un obrero del campo, en pleno fragor del trabajo, sintió  cansancio, sueño, frío y, sobre todo hastío de tanto tiempo sin cambiar de actividad, sometido a un amo. Se dijo: ¡Esto no es ya para mí! Tengo que pensar en mejor vida. ¡Bueno será que me dé un respiro! El jefe está lejos y ¡bastante he trabajado ya por su causa!
Y buscó el cauce de un arroyo seco.  Recogió astillas, retamas y encendió una pequeña  fogata, a fin de  poder  echarse  una cabezadita. Y así  logró que prendiera  una pequeña llama. No preciso más.  -se dijo- ¡Si tampoco es que me esté muriendo de frío! Más bien necesito olvidarme del trabajo por un  tiempo. Tal vez al despertar, me sienta mejor y despejado. Esta frágil llama no me ofrece ningún peligro: puedo dormir tranquilo
Y se echó a dormir. Pero he aquí que se levantó algo de viento y la pequeña llama, creció y creció hasta llegar a sofocar con su calor al durmiente leñador que, soliviantado,  por la hoguera, se despertó:  ¿Cómo? ¿Qué es esto? –exclamó- ¿Cómo has osado crecer, insignificante llama, aprovechando mi sueño? Y la llama le contestó: No fue mi culpa que te durmieras; llegó el viento y me hizo crecer. No quería hacerte daño alguno. Te debo tanto…  ¿Me acusa de haberme dormido? -se dijo- Esta llama ha crecido demasiado y puede quemarme definitivamente: La apagaré de un plumazo.
Y, quitándose la camisa, golpeó  con furia la llama, al tiempo que repetía: Yo te encendí para que me calentaras; no para que me quemaras. Te saqué de la nada. ¿Cómo es que, sin mi permiso, has crecido?
Sucedió que, en su pertinaz golpear y golpear, la hoguera prendió la camisa que enarbolaba en sus manos: ¡Socorrooo..! -gritaba- ¡Que alguien me ayude a sofocar esta hoguera! ¡Puede arder el bosque! ¡Puede arder la ciudad! ¡Puede arder el mundo!
Nadie contestó, excepto una pequeña nube que le habló: No son formas, buen hombre -dijo-. Además, tan sólo tú vas a salir chamuscado. La culpa es tuya por haberte dormido. Yo pactaré con la hoguera.
Transcurridos unos minutos, la hoguera, en paz y dulzura, se convertía en cálido rescoldo bajo la frescura de una copiosa lluvia. Me has salvado, pequeña nube; volveré a mi trabajo. La nube contestó: no te equivoques, buen hombre. De nuevo saldrá el sol y estas aparentes cenizas volverán a ser potente llama, mientras tú serás para el resto de tu vida un insatisfecho y mal leñador




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