Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

17 nov 2014

Escalofríos/ Último capítulo


(Final del Capítulo anterior: Tengo contactos y voy a ver si me entero de algo. Quédate tranquila e incluso te diría que si reconoces la llamada, no descuelgues el teléfono)

 Hacia las once, hora del café de media mañana, llamé a María Luisa para anunciarle mi visita: Tengo cosas importantes que contarte –dije notando cómo me reconfortaba aquel contacto-. No serán más importantes que las que yo tengo preparadas para ti. Iba a llamarte. Me intrigas. ¿De qué se trata? Mejor lo hablamos. Te espero…
Llevaba dos días que tenía abandonado a Eolo. El pobre animal, creo yo, que percibía mi estado de ánimo porque ni tan siquiera mostraba impaciencia por salir a las horas que eran habituales que lo hiciéramos.  Aquella tarde, haciendo hora a la visita de María Luisa, lo acerqué al jardín, pero aquel lugar en otoño y una vez que se ponía el sol, resultaba frío y oscuro. Tan sólo aquel pobre viejo, sin dientes y casi sin boca, operado de un tremendo cáncer, apoyado en un aristocrático bastón, por lo que yo le llamaba El señor del jardín,  me salió al encuentro por entre las sombras fantasmagóricas de una hilera de cipreses. 
 María Luisa me esperaba entre sonriente y misteriosa. ¿Qué es eso que tienes que decirme tan importante? No he podido dejar de pensar en ello. Dime una cosa, ¿cómo estás después de la experiencia? Qué te pareció aquello? -me preguntó como si en mi respuesta estuviera el contenido de su pregunta-. ¡Un horror! –exclamé- Estoy aterrorizada.  No sé qué es aquello ni qué pinto yo allí. Pues, eso es: yo lo sé ya todo. Tengo amigos que andaban tras la pista y este fin de semana se han confirmado las sospechas. Ese lugar y esas personas tienen los días contados… Pero, ¿qué me dices?  ¿Qué tú sabías y no me avisaste? ¿Quiénes son? ¡Traficantes de droga, Daliana! La policía los tenía localizados pero quería cogerlos con las manos en la masa y… ¿Y qué? ¡Qué horror! ¡No me lo puedo cree! Pues créetelo y quédate tranquila porque no habrá próxima vez. Esta noche tu amigo Iván, su líder y otros dormirán en la cárcel...  No puedo entender  que me hayas dejado ir…Precisamente, siguiéndote los han podido sorprender.  Todo estaba controlado… Ah, y otra cosa! Tu amiga Teresa  está   implicada, hasta las trancas, y fue ella la que les dio tu nombre, la que los puso al corriente de tu vida…  ¿Teresa? Dime que todo es un sueño. Creo que me voy a volver loca. No sé distinguir entre lo real y lo ficticio. Todo es como una tremenda pesadilla de la que no sé si voy a despertar. Tranquila. Estás bien despierta pero has estado sometida a alucinógenos. Ese hombre debió esparcir algo por tu casa. Tranquilízate y pronto será todo como siempre. Se acabó. Vive tranquila. No habrá más.
EPÍLOGO
Y aquí sigo, años ya, sin saber qué hacer, a dónde ir, con quién hablar... Deprimida, casi siempre, agorafóbica, con dolores de columna, con goteras que me chorrean por todo el cuerpo, un día y otro con mis cartas marcadas: a las ocho paseo con Eolo; a las diez  compras casi siempre innecesarias. Y una corta visita a María Luisa. El resto de la mañana, desganadas y rutinarias faenas de la casa. A las cuatro, la hora del chocolate. Sí, eso, la hora de  coger un trozo de chocolate y regodearme ante Eolo de lo bueno que está. A las cinco, la hora de la telenovela. A las seis la hora de la tónica. Pues, eso,  una simple tónica. El resto de la tarde, la hora de los autodefinidos. A las ocho en este tiempo, la hora de sacar a Eolo al jardín. Y después, nada, o escribo o nada de nada: mirar por la ventana cómo pasan los trenes o cómo pasan las horas que para el caso es lo mismo: ver la vida pasar como paisaje. Súbitamente, esta media noche, el teléfono: hola, Aurora; soy Iván. ¿Me recurdas?

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