Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

7 abr 2013

Diario de una semana

HOY ES DOMINGO. Me desperté, no, ¡si no he dormido!, mejor, abrí los ojos a las cinco de la madrugada. ¡Vaya noche: vueltas y más vueltas, pesadillas y más pesadillas! Pero abrí los ojos y mi escenario perfecto de siempre: relojes con la hora en punto, reclamado no sé qué, peluches todos con los ojos clavados en mí, la foto grande de mi compañero de más de veinte años, entre socarrona y tierna, que también me miraba, mi pintura de hace años que empieza a resultarme aburrida, mis libros, mis muñecas… Y todo como esperando que yo me pusiera en marcha y con ello les diera cuerda al reloj de su absurda existencia.
¿Y qué más? Bueno, pues una pereza horrible para hacer el esfuerzo de seguir viviendo. Sí, mis hijos, mis nietos, mis amigos… ¿Mis amigos? ¿Quiénes son? Si no les escribo, no me escriben, si no los llamo, no me llaman, si no los busco, no me buscan… Nada les debe interesar si estoy bien o mal, si estoy o me he ido. ¿Son amigos o son creaciones más de mi fantasía? Puede que sean, sí, carencias de mi subconsciente. Mis padres, cuando yo era una feta de cuatro meses, perdieron a un hijo varón y, ¡claro! deseaban y esperaban a otro que en parte mitigara su ausencia, pero aterricé yo, fémina llorona, regordeta y feúcha. Alguna vez los escuché contar que lloraron, cuando yo nací y he aquí que yo he interpretado siempre que no debí nacer, que no fui deseada, que aquella cuna celeste no estaba preparada para mí, luego tendría que justificar mi presencia en el mundo, siendo una súper…
¡Y uf, que tarea esta!, porque tenía una hermana mayor, una Shirley Temple que sí se había ganado bien el puesto. Fue la primera y para más inri, preciosa, extrovertida, simpática… ¡Si no parecen hermanas! –decía la gente, acentuando mi timidez, sosería y vulgar apariencia-. Así que, cuando mi madre me cantaba aquella nanilla de la época, “esta niña chiquita no tiene a nadie, su madre una gitana la echó a la calle”, pues ahí me veía yo: sola y en la calle! Y así me veía yo, y así me veía esta madrugada a las cinco.
Ahora son las diez de la mañana. A las diez de la noche, si las horas no me fallan, seguiré. A ver cómo se me da el día. Me voy. Adiós.

........................................................

Casi las 10/ 22 horas
¡Pues, sí, llegue las diez, o sea a las 22 horas de este domingo! Y digo yo, ¿quién me manda a mí meterme en estos compromisos de tener que escribir a una hora determinada? Me pongo por bandera la libertad –bla bla bla- y a la mínima me encuentro atrapada por un blog que como si mis mensajes los arrojara en una botella al inmenso mar de Internet, me santiguo y me digo: ¡allá que va por si alguien lo encuentra!
Y a lo que iba: después de mis esfuerzos mañaneros, después de llamar a mis hijos para que estuvieran tranquilos y contentos con mis proyectos, la mencionada, ya otras veces, subida a mi casa de la sierra. ¡Un catorce por ciento y mi coche renqueando! Pero mi música me acompañaba. San Francisco de Scott Mk… Mi imaginación volaba por ahí lejos, a lugares, más allá del mar habrá un lugar… En el último tramo, un sueño de bosque, las ruedas de mi se me quejaron, y con razón, porque, ¡vaya socavones que ha dejado la lluvia! Un poco más y me tiene que rescatar una grúa. Pero logré llegar sana y salva.


¡Ay, ay, qué olores! Cuántas flores, cuánto verde, cuánto silencio y cuánto cuidado en cada paso porque la tierra era un colchón de barro. Pero, bueno, saqué la cámara y fotografías van y vienen. Allí, -¡como para verme! Aspirar, expirar… ¡esas cosas que se hacen, cuando nadie nos ve y pensamos que estamos tragando salud –jjajajajaja!-. Llevaba un oloroso bocata para lo que se presentara, pero tras respirar tan buenos y sustanciosos aires, el apetito dijo: ¡Que estoy aquí! Y el bocata cayó en un santiamén. Me agarré a un carrito de la compra, por lo de mi agorafobia, y me planté en lo más alto, tan alto que desde allí se divisan un montón de pueblos y en días luminosos hasta Sierra Nevada. Hoy, no, hoy un aliento de niebla difuminaba los horizontes.
Por unos momentos recordé lo que había escrito a las seis de la madrugada y me dije: ¡Bueno, a lo mejor no fui deseada, pero aquí estoy, comiendo aire sano, pisando cacas de conejos, de cabras, fotografiando florecillas y pensando en mis amigos… ¿Amigos? Yo los quiero. No es virtud es que como se supone que no debí nacer, tengo que estar agradecida al mundo que me sostiene y ellos están ahí, un poco son los brazos que me acunan, aunque no me canten la nanilla de los años.
Y, nada, después, con el bocata, que no se me bajaba, me despedí de las montañas… Caminito amigo, yo también me voy.

Regresé con más música, feliz por mi reencuentro con la naturaleza que me habla, me mira, me quiere. ¡Ah! Una paradita en mi cafetería mañanera y un sabroso café. ¿Lo peor? Un corto gran mal rato: cuando subí a mi piso, me di cuenta de que me había dejado atrás el bolso: llaves, móvil, cámara de fotos, tarjetas de crédito y algunos secretillos más. Sí, fue corto porque al bajar y salir del ascensor, un gentil camarero me lo llevaba.
Y lo que resta, ya me duché, me puse el pijama, cerré puertas, revisé formalidades, puse la alarma a punto, me despedí de mis plantas en la terraza, pasé lista al recuerdo de mis amigos -¡que sí, que lo son!, miré al cielo y dije: Dios, que estoy aquí.
Y son las diez, tengo que terminar que antes de irme a la cama, tengo que echar mi sueñecito leyendo, una vez más, el Principito.
Beso mi botella –es vulgar lo de la botella-, no, nada de botella. Mi mensaje esta vez viaja en un precioso botecito de perfume. Mua, mua…

Y me bajé un ramnito d ehinojos que ahora huelo y me sabe a gloria.
Yo creo que sí, que debí nacer y nací.













1 comentario:

Katiuska dijo...

Me ha gustado mucho tu diario de una semana. Pues si que tenías que nacer pues Dios sabe bien lo que hace y gracias a ello yo me siento muy reconfortada con tus escritos. Gracias