Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

1 ago 2016

Amanecer

Lunes 1 de agosto de 2016
Buenos días, amigos: Ayer, como preludio de este més que empieza, viví momentos de eternidad que os cuento lo mejor que puedo y que tan solo es una apriximación a la realidad vivida. Que de alguna manera os sirva para vivir la vuestra, es lo que más deseo este primer día de agosto 2016
Siete de la mañana. Nada más salir a la calle, un fresco indescriptible, con olor a tierra mojada, me soliviantan mis pasos hacia la playa que se hacen más ligeros e ilusionados. A dos pasos, los empleados de la limpieza me saludan: no se vaya lejos que el cielo está chungo -me dicen entre contenedores y camiones. Sí, está muy nublado; me encanta. Unas gaviotas me sobrevuelan. Unos pasos más y estoy en el espigón, mi destino de cada amanecer. Frente a mí, el puerto. A mi derecha un faro pequeñito. A mi izquierda, la sierra cuajada de casitas. Por detrás, unos dos kilómetros, Torre del Mar. Un cielo, en filigrana de nubes, luce ante mi vista en una maravillosa gama de tonos rosados, negros, grises... Me siento de cara al puerto, hacia el este, como cada día, en espera de que apunte el sol. El fresco se acentúa, las nubes, perezosas, "espurrean" unas gotas que me llegan y recibo como besos del cielo. ¡Qué emoción siento! ¡Qué paz, qué felicidad, qué delicia... !
Respiró hondo una y otra vez como si quisiera tragarme cada instante que me parece divino.
Ocho menos cuarto. El sol comienza su lucha con las nubes; es su hora de salida y encuentra la puerta cerrada. Un brillo dorado llega al mar que se torna metálico plateado. Mi cámara me pide más y más. No obstante siento miedo de moverme como si un leve aleteo de mis manos pudiera deshacer el encanto de aquellos momentos. Estática, como elemento más de paisaje, una oración me brota sigilosa: déjame, Dios, un día más. Quiero ser testigo, mañana, de esta hora de otra dimensión, de esta hora que quisiera eternizar y repartir por el mundo para que, a coro, repitiéramos: detrás de cada amanecer hay un Dios.
Ocho y media. Por fin, el sol logra espantar a las nubes, un leve moviendo de gente que corre, que hace genuflexiones, que pasea en bicicleta... Es hora de recoger mis bártulos, y me voy, pero una fuerza nueva me acompaña.
Ahora que os lo cuento, amigos, no sé si fue un sueño o realidad, pero en cualquier caso, por casi dos horas viví lo que pido y deseo sea mi cielo para siempre.

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