Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

25 jun 2014

Capítulo XXV


(Final del capítulo XXIV: Qué enfermedad tiene? –pregunté a sabiendas de que poco más iba a decirme. Encogiéndose  de hombros, exclamó: No lo sé. Está en el hospital. Y, con gran  dificultad, echó a correr.)
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Hacía calor y  la gente tomaba el fresco sentada en las puertas. Mi presencia no pasaba desapercibida a nadie. Me habían conocido de niña y ya era nada menos que la doctora María. Pero no lo dudé; no había prejuicios que me detuvieran.
Mi primera intención, que llevé a cabo sin la menor demora, fue ir directamente en busca de Teresina. Ella me conocía, me podría explicar con detalles qué le pasaba a Lucrecia. Y mis pasos se encaminaron a la Calle del Río, pero nada más llegar a la esquina de aquella, maldita, por todos, calle, tropecé con Teresina a la que, tras los años transcurridos y su aspecto característico de mujer prostituta, pude reconocer inmediatamente. Ella, que buscaba a los niños con evidente preocupación, apenas si me miró.
Sin ningún tipo de reparos, la abordé: Soy la amiga de Lucrecia. ¿Me recuerdas? Perdone un momento; voy a recoger a los niños.Amonestándolos por la hora se perdió en la oscuridad de la calle. Los momentos de espera se me hicieron tan largos que a punto estuve de precipitarme en la casa que cerrada, tras la entrada de Teresina, parecía pertenecer a otra dimensión que yo conocía  y de la cual guardaba el último recuerdo de Lucrecia, transformada en reproches por mi presencia y al mismo tiempo, tierna y solícita ante mi súbito desvanecimiento.
Teresina, a pesar de su innegable condición de mujer “mala”, tenía cierto aire de distinción: alta, delgada, pelirroja, de piel muy blanca, con pecas que le agraciaban la cara y de voz algo rasgada que le imprimía personalidad. Lucrecia en una ocasión me había dicho: La Teresina va a ganar mucho dinero porque es muy guapa.
Al fin, la puerta de aquella casa se abrió, dejando al descubierto una luz rojiza y mortecina. Teresina se me aproximo relatando: Le tengo dicho que no les llegue la noche en la calle, que no se alejen de la puerta, pero, al menor descuido, se me escapan… ¿Qué le pasa a Lucrecia? –pregunté sin más- Me han dicho los niños que está enferma. Teresina, respiró profundo como si acabara de correr una maratón. Después contestó: Sí; está ingresada en el Hospital de Córdoba. Pero, ¿qué le pasa? No hace tanto que la vi y estaba bien. Aquella mujer, cargada de tristeza, se tomó unos instantes antes de continuar. Sí, estaba bien -dijo al fin-, pero tuvo un accidente en la casa  y… ¿Y qué? Dime la verdad, por favor; necesito saber qué le ha pasado.
De los ojos de Teresina cayeron unas lágrimas que, discretamente, se enjugó. Trago saliva y añadió: No puedo decirle más; lo siento. Me volvió la espalda e iba a emprender el regreso a la casa, cuando, increpándola con rabia, medio  ¿Por qué tanto miedo a  hablar? ¿Ha sido ese hombre, verdad? La culpa es vuestra por no buscar otra vida…
La mirada larga, silenciosa, dura y hasta demoledora, diría yo, de Teresina fue la confirmación a mi primera y definitiva intuición: No había sido un accidente sino un maltrato de aquel hombre que desde niña la tenía sentenciada.

(Trataré de seguir cada dos días, a finde agilizar esta larga ya novelista)

1 comentario:

Katiuska dijo...

Hola. Espero que pronto continues con la historia. Un abrazo