Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

4 abr 2017

Mi bolso robado


Siete de la  tarde. Bajo la marquesina de un autobús y soportando lluvia torrencial, viento huracanado y un exuberante gentío, espero un tiempo que se eterniza acentuado por las inclemencias que nos obligan a una apretada protección bajo tan reducido espacio. De repente alguien  exclama: ¡Ya viene! Y un tropel me lanza hacia el autobús.
Pero he aquí que, en  un santiamén, mi bolso desaparece. Sí, alguien, aprovechando el barullo de la llegada, me lo arrebata. Mi desconcierto y  sobre todo el tremendo conflicto que me crea tal accidente, me deja exhausta: llaves del coche, del  piso, carnets  tarjetas, monedero...
Era la una de la madrugada, cuando tras movilizar todos los resortes pertinentes, y en agotamiento total, pensaba en mi bolso y lo imaginaba saqueado y abandonado en algún contenedor o  arrojado sin escrúpulos a la intemperie de una noche lluviosa y fría. Era como si mi bolso fuera una  prolongación de mí misma. Me dolía el desamparo de mis pertenencias entre las cuales contaban mis pequeñas intimidades: regaliz, terrones de azúcar,  perfume, apuntes y más que nada fotografías de seres queridos. Unas lágrimas corrieron por mis mejillas en un vaivén de interrogantes y en una  espera que prácticamente duró toda la noche como si el teléfono sonara y me lo devolviera. ¿Por qué desaprensivas manos habrían pasado aquellas nimiedades tan mías que me dolían en el alma:.?
Y la reflexión llegó con voz potente.  Tengo que confesar sus reproches: sí. yo, tan reivindicativa del amor, sobre todo por los indigentes, pocas veces había sentido tanto dolor como el que aquella noche me enajenaba. Estaba claro: mi gran amor tenía como único objetivo en aquellas horas un bolso que, animado por mis sentimientos, intuía  abandono.

Y la voz de la conciencia me recordó las palabras del poeta:  Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas.  Sí, por mi ventana, casi rozando el cielo, pude ver  en la madrugada, las estrellas, porque mis lágrimas se tornaron, de nuevo, amor por tantos seres humanos perdidos a los que nadie ama, a los que nadie busca., a los que pasamos de largo… ¡Qué mundo, qué vida, que yo!

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