Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

28 sept 2011

Del hombre que tenía frío


(De mi obra, Relatos y Reflexiones)

Ilustración, Carmelo López de Arce


                        
Un hombre, de la mañana a la noche, comenzó a tiritar.
¡Vaya frío que me ha entrado! -se dijo- Si no busco calor, puedo morir helado. Iré a casa de mis amigos y les diré: Necesito calor. Ellos me lo darán; ellos son mis amigos.
Y se puso camino de la casa del primer amigo. ¡Tengo frío, amigo! -exclamó- Dame algo de calor.
Y el amigo le contestó: ¡Ya sabía yo que antes o después te verías así! Esto era de esperar. No se puede vivir, como tú has vivido, a la intemperie. No se puede vivir lejos del fuego. ¡Anda, vete a tu casa y recompón tu vida!
El hombre se alejó, aún con más frío, pero continuó su camino y llamó a una segunda puerta: ¡Tengo frío, amigo! -exclamó de nuevo- Necesito algo de tu calor. ¡Cuánto lo siento! Me da mucha pena verte en este estado. ¡Con lo caluroso que tú eras! ¡Pobre! Créeme que lo siento. Tal vez en otro momento... ¿Por qué no te vas a tu casa y tratas de abrigarte?
Y el hombre se alejó, cada vez con más frío. No obstante, siguió su camino y lo intentó con un tercero: ¡Tengo frío, amigo! Necesito que me des algo de tu calor. ¡Hombre! -exclamó el tercer amigo-. Para el frío hay un buen remedio: cómprate una manta.
Un poco cansado, llamó a una última puerta. Se dijo: De este amigo poco o nada puedo esperar. Es tan pobre hombre... Tiene tan poco que dar… ¡Tengo frío, amigo! -exclamó en un chirriar de dientes- Ya sé que tú... Ya se que no debía... ¡Yo también tengo frío! -dijo el cuarto amigo, sin dejar de frotarse las manos-. ¡Pasa, pasa, amigo mío! Seremos dos a sentir frío.

Y al instante comprobaron que a los dos les había subido la temperatura.

21 sept 2011

Voz del eco





Anochece en la sierra. Un vientecillo agita las ramas de los pinos, mientras el sol, como mariposa de mil colores, pliega sus alas por entre las montañas de jaras y encinas.

Una especie de latido conmueve las entrañas del lugar.

Por unos instantes, la naturaleza se torna expectación: pájaros que vuelan en silencio, media luna blanca que empieza a dibujarse en el cielo, misterios que emergen de los profundos abismos, al conjuro de la noche, sombras que se extienden solemnes en la estampa viva de esta hora, donde yo, nada, acallo recuerdos y sólo tengo voz para mi nombre.

Un suspiro, dos, tres...

Paso tras paso por el camino de polvo, transito sin más compañía que el sol poniente a mis espaldas y el leve crujir del pasto bajo mis pies.

Sol que muere allá en el horizonte de pinos redondos, mientras la luna, ya rutilante, va siguiendo mi rastro que busca al yermo negro, garganta que pondrá voz a este embrujo que ha enmudecido, con el último rayo verde, las alegrías, los colores, la música... de esta fuente viva que es el pozo,

y el cacareo de gallinas,

y el galope de burros,

y el chirriar de cancelas,

y el volar de palomos

y las palabras de Miguel, viejo cabrero de caminos y montes.

¡Ecooo...! ¡Ecooo..! -estalla, por fin mi garganta, allanando la morada del silencio y de los sueños.

Y el yermo, monstruo bueno, extiende sus brazos a mi tímida voz, que cada vez más coronada por la luna, se crece, repitiendo: ¡Ecooo...! ¡Ecooo...!

Y por entre cauces, montes, riachuelos, horizontes, hojas dormidas... el yermo, monstruo bueno, como un beso, que estallara en mil rutilantes destellos, abre la caja del eco y mis palabras al viento: ¡Ecooo..! ¡Ecooo..!

.¡Ya no estoy sola! ¡Tengo eco! ¡Soy inmortal!

Lo sabe la luna; lo sabe el yermo; lo sé yo...

Me lo enseñó mi padre, en tardes de paseo, de trigos, de amapolas, de codornices: Siempre hay ecos como respuesta de Dios a nuestra soledad. Afina bien los oídos porque, a veces, se taponan y nos quedamos sordos a la suave brisa, murmullo que nos habla bajito y nos recuerda que Él está, ¡claro que sí! en el eco de la vida.

20 sept 2011

Llega el otoño





 En mi terraza. Seis de la mañana.

Una vez más, me sorprende, ¡siempre me sorprende!,

la llegada del otoño: papeles que vuelan, hojas que caen,

pájaros que emigran, humedad en el albero,

y mis pasos, cargados de nostalgia, que reverberan

tiempos de castañas asadas, de novenas, rebecas, vientos, lluvia…

 
Y eran nubes negras rasgadas por el centellear relampagueante

de tormentas, trisagios, apagones de luz, velas…

 
Pero hoy, mi presente sabe a cálido retorno d eno sé dónde

y mi alma abierta a esta magia que rocía el amanecer,

recibo la llamada del otoño, reclamo de vida,

y aspiro la fragancia de cada recuerdo que se me filtra furtivo

y se torna palabra sobre esta fría pantalla

donde mis dedos escriben,

dedos y manos que saben tanto de caricias rotas

y de amores, paraísos que nunca fueron,

manos que pretenden eternizar la soledad de los momentos.

Quisiera ser náufrago del viento,

que me llevara, lejos, filigrana de sueños

enloquecido por la luz de la madrugada,..

¡Muy lejos de este mundo que no es el mío!

Llega el otoño. ¡Llueve! ¡Sí, ya llueve!

Y mis manos y mi rostro desafían la tormenta

desde esta séptima planta, desde esta soledad

que me transmuta en cósmica y etérea.

 
Quiero empaparme de lluvia, como las mieses de sol en las eras.

Quiero que por mis ojos corran torrentes

que como arroyos desbordados busquen la mar inmensa

donde encontrar su destino.

Quiero que de mis labios chorreando pura ilusión y amor,

se aviente un beso y llegue, sereno y reverente, a los tuyos, amigo.

Llega el otoño, ya

17 sept 2011

Del hombre que se hizo escritor

  Un hombre, que de toda la vida se había dedicado, con gran vocación y dedicación,  a limpiar máquinas de escribir, un día decidió hacerse escritor. Se dijo: Ya está bien de poner a punto las máquinas de los demás para que escriban bellos libros. Dejaré este  vulgar oficio y me dedicaré a  a escribir mis obras que me harán inmortal. 
Así, cerrando el taller donde había pasado gran parte de su vida y adquirido nombre y fama,  escribió y, con sus ahorros, se público su obra. Después, con ella   debajo del brazo, se recorría cafeterías y lugares públicos, repitiendo: ¡Soy escritor, soy escritor! He aquí mi obra.
Un día tropezó con un antiguo cliente, hombre de letras. Éste, al verlo le preguntó:
 -¿Qué? ¿Cómo va el asunto de las máquinas? ¡Qué buena mano la suya para el oficio!
-Lo dejé, ¿sabe? Fueron demasiados años poniendo a punto las máquinas de los demás. Ahora trabajo para con la mía.
Y poniéndole un libro en la mano, dijo:
-Tome y lea; presuma de amigo escritor.
El hombre amigo,  autor de  numerosas obras, hojeó, pausadamente,  el libro y exclamó:
-¡Vaya! Compruebo con desagrado el que tú, experto en limpiar máquinas, has descuidado tanto  la tuya que esta lectura es ilegible.
Visiblemente alterado aquel hombre, exclamo:
-¿Cómo? ¿Qué me quiere decir? ¿Acaso no ha visto la firma del prólogo?
- ¡Sí, sí! Ha sido lo primero que he visto, pero dime, ¿cuánto has pagado por ella? ¡Sigue, sigue comprando firmas! Y ahora, perdona, es la hora de mi vieja máquina.
     Y se alejó exclamando: ¡Con lo buen profesional que era!

10 sept 2011

El árbol de hoja caduca

                                              Minicuento
Un árbol de hoja caduca fue sembrado en un hermoso jardín. A su alrededor crecían viejos árboles de hoja perenne como el pino, el aligustre, la palmera... Cuando llegó el invierno, el árbol de hoja caduca, ante la expectación de todos, perdió sus hojas. Con sorna y algo de compasión, los demás árboles se dirigían a él:
-¡Qué pena nos da de verte. ¿Acaso estás muerto? Tus ramas secas resultan punzantes, viejas, desapacibles. Las nuestras, en cambio, siguen siendo frondosas, verdes...
El árbol de hoja caduca, reservado y silencioso, resistía las heladas y los fuertes vientos, protegido, no obstante, por el cálido rescoldo de la savia que le alimentaba en sus adentros.
Cuando llegó la primavera, poco a poco, comenzaron a brotarle yemas, hojas, ramas espléndidas que de un verde nuevo parecían izarse al cielo, alargando sus brazos en frescas sombras y refugio de cuántos pajarillos acudían al jardín, así cómo de ancianos y enamorados.
Lo árboles de hoja perenne lo miraban y se decían:
 -¿Qué milagro es éste? ¿De dónde tal frondosidad y verdor? ¿Acaso ha resucitado de la muerte? ¿Acaso pretende darnos lecciones de hojas y ramas?
El árbol de hoja caduca, adivinando sus pensamientos, y con gran humildad, les dijo:
-Siento, hermanos, vuestra torpeza al juzgarme en mis aparentes  horas bajas. ¿No veis cómo sale la mariposa del capullo y alza sus vuelos en irisados colores, cuando llega la primavera? Así, durante el invierno, mis hojas viejas me abandonaron, pero mi sangre siguió regando lo más profundo de mi ser. De esta manera cada año, puedo estrenar vida. Yo no sabría qué hacer con las mismas vestiduras que me nacieron el día de mi alumbramiento. Estar vivo equivale a ir desprendiéndose de lo viejo y hacer que florezca algo nuevo.
-¿Pretendes llamarnos viejos? –gritaron a una irritados los árboles de hoja perenne.
-No era mi intención –contestó el árbol de hoja caduca-. Tan sólo os hablaba de juventud, de renovación, de vida.

8 sept 2011

IN MEMORIAM

Rafael Agüera Delgado, un hombre
Isabel Agüera
Córdoba


Soy por igual del viejo y del joven, del necio y del sabio --canta el poeta--. Indiferente y atento a un tiempo con los demás. Maternal y paternal a la ves, niño y hombre. Formado de una materia tosca y de una materia delicada. Ciudadano de la Nación de muchas naciones, no menos de las grandes que de las pequeñas. Soy del Norte y del Sur. Soy indolente y hospitalario. Me encuentro a mi gusto en la flotilla rompe olas, navegando con todos. Compañero de barqueros y de mineros, compañero de todos los que se dan la mano: como y bebo con ellos. Aprendo de los simples y enseño a los más sabios. Con el color de todas las razas, el rango de todas las castas; todo linaje y toda religión son míos. Esto no es un libro --dice el autor de Canto a mí mismo --. Quien lo toca está tocando a un hombre.
No encuentro mejores palabras, ni más exactas para definir a Rafael Agüera Delgado, mi primo, que se nos fue días pasados, cuando ya los tonos amarillos del otoño van cubriendo jardines y paseos. Lejos de Córdoba, leí la noticia en el periódico y sentí dolor en el alma porque Córdoba perdía a un gran hombre, amigo de todos, católico de mucho más que palabras, familiar y "social", que no socialista --me decía él--, ayudó, colaboró, sirvió, amó sin distinción de colores ni ideas, perdonó...
Veterinario de profesión fue pionero en trascendentes estudios e investigaciones. Por eso, una vez más, en esta mi hora de la madrugada solo me resta por hacer lo único que sé y puedo: abrir el micro de mi corazón para que, como potente voz, proclame esta gran pérdida.
Sí, Rafael era, ante todo, eso: un hombre.

6 sept 2011

La cuesta arriba

ISABEL Agüera 07/09/2011

Lo decía, o al menos yo le ponía letra, al "carretilla", el tren aquel de ruidosos traqueteos: "Cuesta arriba, cuesta abajo, qué fatiga, qué trabajo-" Y con la lengua fuera y tragando humos y carbonilla, llegábamos al fin a nuestro destino.
¡Ea, pues, de nuevo hemos subido al tren de lo cotidiano! ¡Y qué fatiguita la cuesta arriba que se avecina! La mesa de trabajo, los papeles, las caras, todo parece que se nos amontona en un negro sobre gris cuyo título se nos agiganta: rutina, rutina que vuelve a ser algo así como eletrectoencéfalograma plano sin matices que valgan.
Recuerdo las palabras de un amigo que, operado de una grave dolencia, me decía: "Solo quisiera poder volver, un día siquiera, a vivir con normalidad, la rutina de antes". Y por experiencia creo que sabemos ya cuánto se valora lo que se pierde, por pequeño que sea, y no digamos lo grande que hoy día es poder volver a la rutina de un trabajo.
A veces creo que nos autoengañamos, contándonos las maravillas de unas vacaciones ya que, por lo general, y ante un acto de sinceridad, es muy frecuente exclamar que como en casa y en el trabajo no se está en ninguna parte y hay que ver con la gana que retomamos nuestro sillón, nuestra cafetería, nuestra ciudad...
Y hay que ver los proyectos que ponemos en marcha: cambiar muebles, pintar el piso, pasar por la peluquería, el dentista y, en fin, vida nueva que para eso volvemos relajaditos.
La trampa de la rutina --V. Hugo-- se desarma mirando excepcionalmente lo no excepcional. Nuevo y maravilloso, excepcional puede ser ese viejo tren que nos permitía contemplar el paisaje, comer un bocata, conocer a los viajeros...
Es por eso que, consciente del valor de cada pequeña cosa, aún tragando carbonilla, mi primera oración de cada día no es otra que esta: Un día más, Dios, para volver a ver pasar vacío el autobús de la seis de la madrugada.





2 sept 2011

Atardecer

Una mala poesía para un bello momento


CÓMO me gusta este arrullo del atardecer
que va cayendo sobre mis pupilas de niña
absorta en un vaivén de notas que
como magas mariposas al néctar delicado de su flor
buscan partitura donde solfear
mi primera, mi  cándida y bella, bellísima
                                         canción de amor!
Y son voces por patios lejanos
y es el calmado piar de gorriones
solitario diálogo, nacido del monótono de la lluvia
y es la veleta, fraile de escoba inquieto
que me habla de vientos... norte, sur...
                                              rabiosos,  ligeros soplos...
Y es una sutil y vaporosa nubecilla
que camina por el azul rosado
                                                de esta mi hora crepuscular.
¡Bella, blanca...  divina hora!