Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

29 mar 2016

Mi amiga Prostituta: fragmento

Cuando escribo, amigos, me gusta, pasado algún tiempo, leer de nuevo, sobre todo mis relatos y novelas. Y siempre las descripciones, hoy casi inexistentes en la narrativa, me provocan una visión tan real de lugares y personajes que yo misma dudo y me pregunto si han existido o si tan solo son ficción. Este fragmento que os dedico de mi novela "Mi amiga Prostituta", es uno de ellos.
  
Un día, Lucrecia me dijo: ¿quieres que vayamos a mi casa? Mi madre y mi abuela son buenas y tu padre no se va a enterar. ¡Bueno, vamos! –contesté de mala gana.
Y allí me encontré, en aquella lúgubre calle del rio. Un patio limpio, enlosado. Geranios y gitanillas en flor decoraban paredes y rincones, un pozo, mecedoras de lona, gatos, ¡muchos gatos! que saltaban de un lado para otro, una frondosa  parra y una mujer, su abuela, alta, arrugada, de sobresalientes pómulos, permanente de caracolillos en un pelo cano total, grandes ojos perdidos en una extraña lejanía y una arcaica distinción que se podía adivinar en su cuerpo erguido, a pesar de los años, que  seducía e inspiraba confianza y respeto, propietaria de aquel pobre burdel.
Sí, estaba allí, debajo de la parra, sentada en una silla baja de anea, con una canasta llena de medias y calcetines que zurcía  sobre un huevo de madera que le servía de soporte. Esta es mi amiga, abuela, la que te dije, la del médico, María. Ella tiene un jardín con una mujer de mármol y en cueros
Levantó la mirada. Sus grandes y profundos ojos se clavaron en mí y con una desafiante serenidad y una evidente voz aguardentosa, me preguntó: ¿sabe tu padre que has venido? No, no lo sabe,  pero no se va a enterar –contestó Lucrecia con total rotundidad-; aquí no hay chivatos. Pues, anda,  dale pan y chocolate  y que se vaya. Tu madre ha dejado la merienda en la cocina. ¿Y dónde está  mi madre? –preguntó, Lucrecia, sabiendo, creo yo, la respuesta. Ahora mismo no puede salir… ¿Otra vez con el tío ése?

Aquella mujer no contestó. Se sumió en los zurcidos, al tiempo que repetía: ¡anda, que meriende esta niña y se vaya.

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