Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

19 mar 2016

Homenaje a un cura santo

 (Mi más sincera felicitación a todos los que hoy celebran su onomástica a los que mando un abrazo muy especial)
(Carta escrita y publicada  a su muerte)
Era una noche muy negra de tormenta, cuando la "catalana" aterrizó por fin en la aldea de Fuente Carreteros. Un puñado de gente, apontocada en los quicios de las cuatro casas cercanas, se apiñó al chirriar de frenos, repique, no obstante de campanas, que evidenciaban al fin, la llegada de la nueva maestra. Era mi primera escuela, y era casi una niña asustada que con rechinar de dientes fui acogida con clamor de vítores y palmas. El primero en acercarse y allanarme la llegada fue él: un cura joven que, también estrenaba su primer destino: Pepe Pérez Galisteo –dijo, extendiéndome una mano-. Tranquila, tranquila; todo le va a ir bien.
Y medio en “borondillos” me transportaron a la iglesita, situada en el centro de cuatro destartaladas y oscuras calles. Sólo recordando mi estancia en la aldea, sus silencios, sus olores, su gente, sus niños y sobre todo su cura, puedo dar fe de que he vivido. Hoy, aquel cura, ha muerto y ha tenido que pasar algún tiempo para que pueda serenamente recordarlo en palabras.
Muchas veces me he repetido que a la hora de mi muerte quisiera tenerlo a él a mi lado, pero me cogió la delantera y se fue como vivió: sin hacer ruido. Y ahora me queda aquella fragancia a rosas que despiden los santos.
¡Cuántas veces fui testigo oculto de cómo se quedaba sin comer para dar su comida a los pobres! ¡Cuántas horas pasaba cada día junto a los enfermos! ¡Cuánta humildad, sencillez y amor se percibía en su cercanía! Que lo diga la gente de aquella, hoy histórica, aldea. Que lo digan los enfermos de Reina Sofía donde tantos años fue capellán.  Que lo digan sus feligreses de Monturque y los de la parroquia Virgen del Camino. Santo canonizable para el que reivindico que su nombre se rotule en aquellos lugares por donde pasó. Por mi parte no tengo que erigirlo en monumento alguno porque él sigue vivo y como el santo que era instalado en la placita de mi corazón.
Hoy, cuando un año más llega su onomástica, su recuerdo se me aviva hasta el punto de que lo veo,  lo oigo  y hasta noto su presencia serena y aquella sonrisa  de inmensa humanidad con su pizca de humor transparente.
Esta mañana de San José, del Día del padre, esta mañana de cálidas nubes que de vez en cuando, se torna en suave lluvia, miro al cielo y a él por santo y a mi padre por ser el mejor padre  del mundo, una palabra me brota del corazón: ayudadnos. Amen.



Fueron tardes inolvidables de paseos con niños y mayores, paseos que él compartía y animaba con su gracia humanidad.

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