Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

16 ene 2014

El azote de la depresión


              La luz está pero el deprimido no ve  
             camino para llegar a ella
¡Cuánto sufrido! ¡Cuánto leído y estudiado, acerca de la depresión! ¡Cuántos médicos y psicólogos consultados, visitados...! Y también, humildemente confieso: ¡cuánto tiempo dedicado a ayudar a seres humanos, víctimas de  caídas en los gélidos brazos de la depresión.
De todo ello, y en una aproximación muy abreviada de tanta información como hay sobre este mal, sólo unas palabras con las que pretendo dejar claro, ante todo, que  no soy docta en la materia, si bien he sido, soy víctima muchas veces de tan cruel azote y, desde esa perspectiva, quiero comunicar mi  experiencia.
La función humana es obrar y querer, porque los músculos gobiernan la acción, y el sistema nervioso provoca automáticamente el acto volitivo. Pero hace falta que ambos estén en buen estado, ya que de lo contrario se produce el desequilibrio, la enfermedad...
Y antes de seguir, una observación: No es sinónimo de depresión, tener un mal día, entristecer por causas justificadas, sentir cansancio, astenia, cuando, por ejemplo, se produce el cambio de tiempo o de estaciones, etc.
Las mejores y profesionales palabras, los medicamentos, la comprensión de la familia... sin duda alguna pueden constituir una ayuda imprescindible,  pero salir de una depresión es, ante todo, un gigantesco esfuerzo personal, esfuerzo que, por otra parte exige un mínimo de capacidad de análisis, algo que en depresiones muy  profundas, se obnubila totalmente, de forma  que los primeros pasos hacia una curación habrá que darlos de manos de la medicina...
Empiezo por confesar qué es para mí una depresión, sin llegar, por supuesto, a perder la razón, aunque sí buena parte de lógica y discernimiento, porque el deprimido vive como en otra dimensión que él, y sólo él puede conocer y percibir en su totalidad.
Cuando estoy deprimida, me veo a mí misma como dentro de un escaparate por delante del cual discurre la gente, la vida... Yo miro, observo, pienso, tengo miedo,  terror... Me siento impotente para romper el cristal y salir fuera. Aunque quisiera, me creo tan acabada que no veo más puerta de salida que la muerte.
Por otra parte, la gente pasa de largo: no me ve, no sabe, no entiende...  Se me antojan torpes, necios que no piensan, que se creen inmortales, que no son conscientes de la provisionalidad de todo....
 A veces, en estado depresivo  -lo describo en una novela- la gente la vivo como desafiante calavera que me provocara el más absoluto desprecio. No quiero ver ni oír a nadie. Todo me molesta. No puedo soportar ni tan siquiera palabras.
Y a este estado psicológico se suma un mal físico indescriptible: me duele todo, estoy tremendamente cansada, con vértigos, dolores, vista nublada, trastornos digestivos, neuralgias... Pienso en mis seres más queridos, hijos y nietos, y me creo que me son indiferente. Todo esto me hace sufrir  y me culpabilizo por no dar lo que todos esperan de mí
No encuentro nada que me motive, nada que me ilusione...Parece como si  un halo de muerte se hubiese instalado en mi alma. Pierdo totalmente el apetito, y es más, creo que no puedo tragar, que mi esófago se ha paralizado en un permanente espasmo. Me molestan el sol, los ruidos, la compañía, el teléfono y me molesta tremendamente que alguien, con la mejor intención, sin duda, exclamé: ¡Venga, mujer, anímate! ¡Si no te pasa nada! 
(Continuaré pronto para retomar el tema y no hacerlo largo,hoy)



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