Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

19 ene 2017

Rebobinando la historia

Hoy, más temprano de lo habitual en mi cafetería, sola y rebobinando la historia de mi vida, he regresado a mi pueblo, Villa del Río, a los fríos inviernos de sabañones y heladas que dejaban la ropa tendida como rígido cartón.
Entrado ya el invierno la recogida de aceitunas era acontecimiento que cambiaba el paisaje del pueblo. En las mañanas, bien temprano, las cuadrillas de aceituneros, con sus  típicos atuendos, cruzaban   el pueblo camino de los tajos y regresaban a la caída de la tarde, cuando el vaho húmedo del Guadalquivir  reinaba ya en las calles y el silencio se entronizaba al calor de mesases camillas y braseros. 
No puedo dejar de recordar, y confieso que lo hago con nostalgia, las tardes que pasaba acompañando a mi abuela en su casa de mi misma calle. Sentada frente a ella, que permanecía soñolienta reliada en un gran manto negro, en la mesa  situada junto a la ventana, me gustaba escuchar el chasquido de los burros sobre las piedras de la calle, su alegre y humilde trotecillo, al arrear vociferante de los arrieros, camino de los molinos, Hileras de estos animales cargados de aceitunas dejaban tras sí un rastro sin igual de olores a tierra, aceitunas, molinos, aceite…
La noche llegaba pronto, y braseros en las puertas que  aventabas tufos y malos olores, y tabernas que concentraban a jornaleros, y el regreso del rosario entre velos, abrigos y prisas.
Y en las casas, cenas calientes, mientras se escuchaba la musical voz radiofónica de radio Andorra que, durante tiempo fue como lo más celebrado que se podía escuchar. Nunca olvidaré aquel anuncio de “Nori del borreguito”
En los fríos y húmedos inviernos, y dado que el único sistema de calefacción eran los braseros,  frecuentaban los piconeros que por las esquinas pregonaban de forma singular su mercancía consistente en picón en distintas variedades.
Su familiar soniquete, como el de otros pregoneros, era tan de diario que llegaba a escucharse como música callejera que siempre tenía eco en las necesidades caseras. “¡Al picúooo!” repetían poniendo el acento en la u, cosa que resuena esta madrugada fría en mis oídos, cuando el confor de sofisticadas  calefacciones es lo habitual ya de todos los hogares.

En aquellos braseros de picón eran muy frecuentes los tufos que exhalaban humo y mal olor por lo que eran abundaban los sahumerios, consistentes en echar al brasero puñaditos de alhucema  e incluso romero y azúcar que impregnaban el ambiente de una calidez inolvidable

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