Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

12 jun 2016

Una mujer en mi vida

Queridos amigos:  os cuento algo que me sucedió hace unos dos años, relato, no obstante, vigente en cualquier momento y en cualquier lugar.


Una especie de tos, medio rugido, me ha sacado de mi nostálgico éxtasis en el jardín. Sí, allí, junto al banco de al lado, un cuerpo de mujer, más bien un bulto de mujer, me ha hecho regresar de mi mundo de fantasías y sueños. La miro, con disimulo, primero. Detenidamente, después. ¿Llora? No distingo sus facciones entre las dos luces de la hora y su ensimismamiento que la mantiene acurrucada en un evidente sufrimiento.
Dudo unos instantes: ¿cómo abordarla? Un impulso, no obstante, me lleva directamente a ella. Si no le molesta, ¿puedo sentarme aquí? Aquel "fardo" de mujer, ausente de cuánto le rodea, tímidamente, levanta la cabeza y balbucea: Sí, señora. ¡Ya lo creo! Hay sitio de sobra. Unos minutos más de silencio en los que sigo prendada de la luna llena, de olores de la tierra, del fresco del albero pero, desde lo más profundo de mi alma, busco palabras que me lleven a la comunicación con aquella pobre mujer. ¡Se está bien aquí! -exclamo, al fin-. Sí, señora -contesta por pura cortesía-. ¿Vive usted por aquí? -pregunto ya sin tapujos.
Y aquella estática mujer, como si poco a poco se desdoblara y se creciera, comenzó a contarme su vida entre lágrimas y suspiros: no, señora, yo he vivido siempre en el campo con mi marido, pero él hace dos meses que ha muerto, y yo... Con dificultad se saca un pañuelo del bolsillo. Se seca unas lágrimas. Continua: ahora vivo con una hija, pero lo mío, ¿sabe usted? son las flores, los bichos, el campo... Por eso voy y vengo a este jardín... El campo era nuestra vida. ¡Estábamos tan a gusto…!
Yo escuchaba, mientras la mujer tomaba vuelos en su profunda depresión que parecía esfumarse, a medida que hablaba y hablaba. Hubo un momento que, olvidada de su drama, me preguntó: Y usted, ¿es de por aquí? ¿Tiene familia? ¿Tiene marido? ¿Le gustan las flores..?
Ante aquella descarga de preguntas, me limité a contestar: ¡vaya si me gustan las flores! Levantándose, diligente, se acercó al arriate más próximo. Cortó una rama de romero y, poniéndola entre mis manos, dijo: tome; huele a campo y a sierra…

Sí, el amaor hace milagros y todos tenemos en nuestra manos ese poder, esa varita mágica. No seamos egoistas y pongámosla a trabajar.

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