Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

22 nov 2013

Rozando el más allá





¿Más allá habrá un lugar...?


¿Fue   sueño o realidad?  Una noche  de invierno, del primero tras la muerte de mi marido. Yo tiritaba en la cama por el frío y más por notar vacío el espacio que él ocupaba. ¡Me dolía tanto! No podía dormir y pasaba las noches entre tiritonas y lágrimas. Aquella noche de madrugada logré conciliar el sueño. Y tuve un maravillosa pesadilla que me devolvió un no sé qué de alegría, certeza y ánimo.
Caminaba yo, cuesta arriba por una gran montaña. Apenas si podía. Me dolían las piernas, la cabeza, estaba mareada, agotada… De pronto vi que un par de hombres abandonaban a una mujer en el camino, exclama: ¡Vámonos, si la lady está muerta! Me acerqué a ella y noté que respiraba. No sé qué sentí pero no podía abandonarla. Tampoco tenía fuerzas para llevarla conmigo, pero, ¿cómo iba a dejar allí a una persona moribunda en aquella oscuridad, frío y soledad?  Con grandes esfuerzos la cogí de los brazos  e intenté arrastrarla. No podía; pesaba demasiado. Me senté a su lado y comencé a llorar. De pronto oí que alguien me siseaba  desde el valle. Me apresuré a ver de quién se trataba. ¡Y qué sorpresa! Era mi marido que me saludaba. Vestía camisa celeste y traje negro. Al hombro, como joven caminante, la chaqueta. Su aspecto sano y su sonrisa me sobrecogieron de tal manera que sin dudarlo hice amagos de correr ladera abajo, pero él me indicó con la mano que siguiera y que desde la separación, me acompañaba. Volví a la mujer moribunda y seguí caminando, cada paso más extenuada, tirando de ella. De vez en cuando, encontraba nenúfares de variopintos colores, en el camino. ¡Eran tan maravillosos que no podía pasar sin cogerlos! Así llegué a la cima. Mi agotamiento era tal que, sin soltar a la mujer y abrazada a los nenúfares, me disponía a morir, pero de nuevo el siseo. Era mi marido, que esta vez, con los brazos abiertos,  me invitaba a precipitarme por aquel gran precipicio. Sin dudarlo, abandoné mujer y nenúfares y de un tremendo golpe caí en sus brazos.
Me desperté en ese mismo instante. Temblaba, tenía el vello irisado, las manos y los pies helados, me rechinaban los dientes… No sabía qué hacer: tenía la evidencia de que había rozado una desconocida  dimensión de la que no pude salir hasta pasado unos días en los que tuve que visitar al médico porque no podía salir de aquel show pero dejó en mí tan profunda impresión que, a pesar de los años, sigo pensando que  aquello fue algo más que un sueño.

Y  creo que no es preciso ser un experto en interpretación de sueños, no, porque yo hoy sé exactamente su significado. Sí, la mujer que arrastraba era yo  misma con mis ataques de pánico, depresiones,  dolores, etc. La aparición de mi marido tenía doble significado. Por un lado la evidencia de que seguía conmigo. Por otro, la evidencia también de que mi camino no había terminado; tenía que seguir hasta el final, a pesar de tantas dificultades. Los nenúfares representaban las cosas maravillosas que me sucederían: mis nietos, mis muchas obras editadas posteriormente, premios, reconocimientos, etc. Y por último, él que me esperaba.
Dejé de llorar, sí, porque, aunque mi fe en el más allá se tambalea, aquella noche yo “estuve allí”. Y sí dejé de llorar, porque no sé cómo, ni trato de convencer a nadie –es la primera vez que cuento este sueño-, sé que él me acompaña.

Y no volveré más, queridos amigos a este tema tan superado, aunque, no por eso,  olvidado.

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