Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

18 nov 2018

A propósito de Franco

  
PASO DE FRANCO POR MI PUEBLO
 La noticia de que Franco iba a pasar por el pueblo conmovía a la gente y alteraba de forma fortuita  la vida. El paso del generalísimo Franco por nuestro pueblo o cercanías,  venía dado por la carretera general que  pasaba justo por el centro. ¡Pasa Franco! Era exclamación que corría de boca en boca unos días antes de que se produjera el fantasmagórico y ancestral paso. Fueron muchas las veces que este acontecimiento lo viví en los años de mi infancia pero voy a referirme a uno muy especial que cuento en mi novela “Buscando en la Vida”
 Tendría yo unos diez años. La superiora del colegio, Madre Socorro   nos reúne en el gran salón. Mañana a las doce –dice con las manos entremetidas en la blanca toca-, pasa por nuestro pueblo el Generalísimo Franco. Quiero que estéis aquí a las nueve en punto con los uniformes limpios, las bandas planchadas, los zapatos brillantes y  bien peinados. Es obligatorio traer banderita o estandarte. Que nadie se olvide.
La noticia es una auténtica explosión. Recuerdo que aquello de las banderitas y estandartes, que tanto se usaban en recibimientos de personajes destacados, se convertía para mí en un gran problema. Mis padres no se preocupaban de aquello, y yo me las tenía que arreglar sola. Con un palo, más o menos gordo, más o menos torcido, gachuela y papeles rojos y amarillos, confeccionaba mi banderita.
Amanece el día nublado. La gente mira al cielo con bastante desazón. Un rayo de esperanza: no hay sábado sin sol, y aquel día era sábado. Todo el pueblo madruga. Es fiesta que conlleva cierre de tiendas y tabernas.
A la hora en punto, la puerta del colegio, con Madre Socorro a la cabeza,  en dos filas en perfecta formación: niños a la derecha; niñas a la izquierda. Y  todos portando lujosas banderitas y estandartes con todo tipo de detalles
Rumores cunde por el pueblo: esta vez  no tiene más remedio que pararse. Van a bajar la Virgen de la Estrella, la alcaldesa le va a entregar un ramo de flores, el alcalde va leer unos pliegos y los niños, ¡vaya si se para, cuando vea a los niños… Y la banda de de música que lleva días ensayando que entonará el himno nacional
Repitiendo acompasadamente, uno, dos, somos de Dios,  marchas y sin romper filas, llegamos al Puente Romano. Medio pueblo ya está allí: autoridades, municipales, el cura revestido, la Virgen, asfixiada en flores y baratijas, la alcaldesa con un ramo de claveles, los niños de los Grupos Escolares, tan peladitos y disciplinados como siempre, empuñando también banderitas.
De pronto, una voz exclama: ¡Que pase el colegio!  ¡Adelante, Madre Socorro; le hemos reservado sitio! También como siempre, algo superiores, nos adelantamos y en primera fila, ocupamos ambos lados de la carretera, cerca de la Virgen, del alcalde, a la vista de la comitiva y como reclamo infalible para provocar la tan deseada parada.
La emoción va creciendo a medida que se aproxima la hora. Y se nota por los revuelos, los empujones, los fervorosos gritos de, ¡Franco, Franco! Y los municipales andan inquietos imponiendo orden y dejándose preguntar por la gente. Pero pasan las doce, hora anunciada, y pasa la una, las dos… El nerviosismo cunde: el alcalde se repasa los papeles sin cesar, los portadores de las improvisadas andas de la Virgen se van turnando, los claveles del ramo van perdiendo lozanía y el cielo comienza a encapotarse cada instante más amenazante de tormenta y el monaguillo, de vez en cuando voltea el incensario.
De pronto alguien corre la voz de que ya ha pasado por Andújar, y los cálculos se disparan: media hora, un cuarto… De nuevo el revuelo y los ánimos arriba: el cura que prepara el hisopo, los guardias que se ajustan gorras, banderitas enarboladas en lo más alto y los gritos de ¡Franco, Franco! que se suceden enfervorizados.
De pronto comienza a llover débilmente. Los hombres miran a cada instante el reloj. Son las tres. La lluvia se intensifica pero nadie se mueve: tiene que estar al pasar –comentan unos y otros-. Alrededor de las cuatro unos motoristas  uniformados, que pasan a velocidad de vértigo,  son al fin, el primer vestigio de que la espera va a llegar a su  fin. La multitud se desborda, empuja, grita y una caravana de coches negros, como rayos pasan por entre la gente desbordada. A partir de aquel momento, no veo nada, De un empujón caigo en la cuneta de la carretera, casi charca ya. Y debajo de una gran morera. Me hago daño en un pie y no puedo levantarme. En el barullo de Virgen, niños, gente… oigo comentarios: no se ha parado porque llevaba mucho retraso. ¡Iba en el tercer coche! –exclaman unos- No -dicen otros- iba en el primero. En el segundo –opina el alcalde.

Arrecia la lluvia. A desbandadas se dispersa el barullo de mayores y pequeños. A Madre Socorro, la recoge el coche de las autoridades. La virgen, con un capote por encima, aguarda debajo de un árbol con dos fieles devotos junto a Ella. Un viejo refunfuña porque en el trasiego ha perdido la dentadura. Una mujer con un niño en brazos busca un pendiente, y yo, chorreando, con el pelo pegado a la cara y cojeando, regreso sola a casa. En mis mano el palo torcido de la banderita. La miro y me lleno de sentimiento: ¡de mi pobre bandera, solo el palo torcido!

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