Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

10 feb 2018

Recuerdos

Hoy, amigos, me traslado a mi infancia y a mi pueblo, Villa del Río





Pasados los rigores del invierno, y cuando los días empezaban a ser más largos y luminosos, la vida del pueblo, un poco aletargada en el invierno, parecía renacer de nuevo en expectativas: el Carnaval, la Semana Santa, Las Cruces de mayo, El mes de María y, el año que tocaba, los Misioneros.
Preludio, sin igual de la primavera, era la llegada de pájaros emigrantes que, en aquellos años, parecía que se esperaban, saludaban y recibían con ilusión. A nadie pasaba desapercibidas las primeras cigüeñas que aparecían en campanarios y lugares preferentes y visibles, así como nadie podía obviar la invasión de golondrinas que no sólo revoloteaban  a ras de nuestras calles sino que tenían o hacían sus nidos en nuestras propias casas.
Los días se dilataban, y las macetas de geranios, gitanillas, pensamientos… eclosionaban en  patios, balcones y ventanas. Los ancianos retornaban a la plaza, a los poyetes de siempre donde pasaban largas horas en recuerdos y presagios. Y todavía hoy es reconfortante encontrar a media mañana estos grupos de ancianos aparcados en nuestra plaza, bajo los centenarios naranjos, como los encontré y fotografié yo hace un tiempo.
Pero vayamos paso a paso, recorriendo este bonito tiempo en el que los campos cuajaban en amapolas, varitas de san José, margaritas e infinidad de flores que eran la delicia de pequeños y mayores, cuando salíamos de paseo, o cuando, ya cuajadas las espigas de trigo o cebada, nos dábamos cita, como conté el otro día, para recorrer sembrados y llenarnos los bolsillos de espigas “reventonas” que tanto nos gustaban y por las que, personalmente,  me sentía intensamente atraída. 
Y la plaza se cuajaba de azahar y el Paseo de los Lirios de “pan y panizo”, y los patios de alhelíes, lirios, geranios y gitanillas. Era como si una especie de relajada alegría se fuera instalando en los villarrienses que, tras los rigores del invierno, hacían optimistas cábalas de cara al buen tiempo.
Muchos eran los acontecimientos que tenían lugar en estos meses precedentes al verano.  Pero antes de dar paso a la Cuaresma, Semana Santa, etc. me voy a referir, hoy, a una de aquellas  maravillosas costumbres entre los niños: los gusanos de seda. No puedo pasar por alto algo tan usual como era para todos los niños la costumbre de criar gusanos de seda. Decían los mayores, y debería ser cierto, que el día de san José había que poner los huevecillos del año anterior al sol para que salieran los gusanos.
No recuerdo si lo hice algún año, pero lo cierto es  que todos los niños y niñas, llegado marzo, aparecíamos en una especie de competitividad, con nuestras respectivas cajas de zapatos agujereadas por la tapa, llenas de frescas hojas de morera, y los gusanos que se veían crecer por días.
El hecho del aprovisionamiento de morera solía implicar, a veces, a los padres, pero, por lo general, éramos los pequeños los responsables de la supervivencia de nuestros gusanos y, para tal fin, nos desplazábamos un día sí y otro  a las moreras más cercanas que solían estar ubicadas en los Grupos Escolares, pero había que burlar a los porteros que no estaban por la labor y nos amenazaban constantemente con decirlo a los maestros, a nuestros padres, etc. Y las grandes hojas se guardaban superpuestas y envueltas en telas húmedas. Recuerdo, con gran emoción, cómo acompañaba a mi padre en sus paseos al haza de tierra de su propiedad cerca del Lanzarino, con el oculto propósito de coger morera de la carretera, cosa que me resultaba imposible dada la gran altura de aquellos  árboles y, mientras mi padre daba la vuelta al haza y había unos momentos que lo perdía de vista, y sentada en la cuneta  me imaginaba que me había  abandonado, como en los cuentos. Y veía los pocos coches de aquellos años, que se deslizaban por la pendiente de la carretera y, ¡qué miedo sentía creyendo que era gente mala que me iba a llevar!    
Por supuesto, y siguiendo con los gusanos, lo más emocionante eran los capullos. Recuerdo un año que mi padre, tan aficionado a ser con nosotros maestro de todo, y para que conociéramos bien el proceso e importancia de los gusanos, acondicionó una pequeña habitación para tal fin. En grades mesas y  en grandes ramas de morera siempre fresca, los gusanos crecían y eran visibles desde todos los rincones y paredes de aquel recinto. Cuando llegó la hora de hacer el capullo resultaba un espectáculo: capullos de todos los colores como en racimos de los que después salieron las respectivas mariposas.
Sí, mi padre aprovechaba todo para enseñarnos y educarnos, y la experiencia de los gusanos de seda, patrimonio de todos los niños y niñas, era algo importante en muchas vertientes.
Y como anécdota ilustrativa de cómo los niños, a pesar del progreso siguen teniendo “alma” de niños, una de mis nietas, cuando tenía cinco años,   ilusionada me dijo  un día:   abuela tengo gusanos de seda. En su respectiva cajita de cartón, como si se tratara de un extra mágico, tres gusanos de seda que me enseñaba al tiempo que su padre exclamaba: ¡muchos gusanos pero a ver dónde vamos por morera y quién tiene tiempo de tonterías!
Sin comentarios pero evidente el cambio. Por supuesto, me ofrecí, dentro de mis posibilidades, en buscar la necesaria morera para la felicidad de mi nieta.
Los niños, siempre los niños y sus mágicos sueños. En ellos quiero vivir, como ellos quiero ser.
Gusanito precioso dame tu seda
Que me quiero vestir de valiosa tela
Para ir de paseo esta primavera

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