Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

13 may 2012

¡Aquel espantapájaros!




Hoy, no sé por qué, he recordado al espantapájaros del huerto de Lorencito, allí en el pueblo. 
Era gracioso. Parecía un hombre de verdad, un hombre de palo: brazos erectos como si fueran las aspas de una cruz, un viejo sombrero de paja, que le caía tapándole un presumible rostro, bufanda de cuadros rechinantes, que le llegaba hasta el suelo y chaqueta panda como la de un viejo payaso.
Había silencio en el huerto. Sólo el ruido del agua, al caer por los arcaduces de una noria chiquita que, lentamente, movía un borriquillo, dando vueltas con los ojos vendados.
Resultaba agradable el olor de la tierra mojada por el riego de aquellos finos chorros de agua que corrían por los surcos.
Se notaba, en un preludio de primavera, el verdor de la hierba y el largo y anaranjado cielo de los atardeceres.
Manadas de gatos saltaban por encima de los cestos de verduras y de los cuatro trates que eran toido el mobiliario de Lorencito
Unos gorriones piaban inquietos en los cables del teléfono, en los árboles frutales, en los postes de la luz. Recelosos, no se fiaban de bajar al lechugar. Parecía como si todos a la vez, mirando al espantapájaros, se comunicaran: ¡Cuidado! ¡Hay un hombre!

Si yo hubiese sido gorrión, también habría sentido miedo del hombrachón del sombrero: Sí, del espantapájaros.

Si los pájaros me hubiesen entendido, yo les habría gritado:  ¡Si sólo es un palo vestido! ¡No temáis! ¡Podéis bajar tranquilos!

¡Cuántos "palos vestidos" andan por el mundo!, y yo, ¿por qué a veces siento miedo de ellos?
¿Seré, por ventura, un gorrión? Al menos, aprenderé a volar, por si acaso.

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