Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

10 mar 2018

DE LA AVENTURA QUE CORRIÓ EL DOMINGO CON EL SABIO


El autobús  tras largo recorrido, recogiendo gente, se detuvo definitivamente,  en la puerta de una  casa, situada a las afueras de un pueblo: ¡Ea, to el mundo abajo! –exclamó el conductor- ¡A ver si cuando os recoja estáis toas como palmitos! Un hombre, con apariencia de normalidad, aguadaba en la puerta: ¡pasen pasen las señoras; al fondo a la derecha! 
El pasillo, era largo, estrecho e iluminado por una leve luz roja. La Manuela, agarrándose al brazo de la chacha, exclamó. ¡coño que da cosa! Estas cosas son así –contestó la Chacha como más preparada y culta-. El salón era  grande y con poca luz también y como todo mobiliario tumbonas blancas alineadas  por separado. La mujer de López, frunciendo el entrecejo, exclamó: ¡qué raro! ¡Vemos menos que  Pepe leches! Sin atreverse a  dar un paso más, el grupo de mujeres entre los que iba algún hombre, como arropándose unos a otros y en pelotón, esperaban en el quicio de la puerta. Una voz de micro, los solivianto: buenas tardes, hermanos, pasad,  pasad y sentaos; las mujeres a la derecha y los hombres a la izquierda. 
Con recelo iban separándose unos pasos y tomando posesión de las tumbonas quedándose sentados en el filo. Buenos días y buen viaja haigan tenío ustedes -volvía a saludar la voz de un hombre que esta vez, ante la vista de todos apareció con una zamarra blanca de manga corta sobre una camisa negra, un pañuelo a modo de turbante en la cabeza, pantalón a media pierna y zapatillas de cuatro tiras- Sé que venís porque estáis tos tocaos de algún mal, pero  tos los males los vamos a echar fuera. Apretad el botón de la tumbona, que está vuestra derecha y tumbaos. 
La Manuela que  no se despegaba de la Chacha, exclamó: ¡si parece  de campo! ¿Y qué esperabas, so leche, a un rey mago? Al accionar  los botones se produjo un crujido general y un murmullo  que acalló el sabio: ¡tranquilos; no pasa nada! Van ustedes a estar mu relajaos y como en su cama. La tumbona de la Manuela de un golpe la tiro para atrás, dejándola con las piernas para arriba y los zapatos por el suelo. ¡Ay, chacha, que he caído mal, que se me ha enrrollao el vestido! ¡Calla, coño! –exclamó la Chacha-. El sabio, santiguándose y con los brazos en cruz susurró unas palabras que parecían una oración. Después, dijo: cerrad lo ojos y dejad la mente limpia de to, pa que los males puedan salir. En absoluto silencio, el sabio,  de tumbona en tumbona, iba haciendo una cruz en la frente de todos y cada uno. Al llegar a la Manuela, exclamó: ¡hija, deberías taparte un poquito que no estás en la playa! La Manuela trató de estirarse del vestido, pero, no había forma; se había quedado a punto de aterrizar en el suelo de cabeza. Ahora –dijo el sabio- os vais a dormir. Os entrará mucho sueño y los males irán saliendo de los cuerpos.
El Domingo que, en su coche, que era una tartana, y guardando  bien las distancias, había seguido al autobús, disfrazado y que ni él mismo se conocía, de puntillas, apoyado en un viejo bastón  entró en el salón. El sabio, al verlo exclamó: señor, por favor, quítese el sombrero y échese en una tumbona; llega un poco tarde, pero por respeto a su edad... ¿Qué edad ni qué coño? –exclamó el Domingo-. ¿Quién te has creído que eres? ¡Eres un sacadineros   y engañabobos, pero  a mi mujer me la llevo de aquí  ahora mismo! Las tumbonas, todas, como por un resorte, se enderezaron, rompiendo en una exclamación: ¿qué pasa?   ¿Quién es? La Manuela, rápidamente lo reconoció y también la chacha. ¡Ay, por Dios, comadre, el Domingo! ¡La madre que lo parió! ¡que no puedo levantarme, que se calle, por Dios! Y pataleaba sin poder enderezar la tumbona, mientras la Chacha, acudía a sosegar al Domingo: ¡calla, hombre, calla! ¿Y dónde coño vas que pareces escapao de la cárcel? ¿Qué a dónde voy? ¡A cantarle las cuarenta a este hijo puta que  engaña a mi Manuela! 
Y abriéndose paso entre las tumbonas y las mujeres alborotadas, llegó hasta el sabio que con buenas palabras  trató de tranquilizarlo: estás confundío o has bebío, hombre... ¿Qué he bebío? –interrumpió el domingo, levantando el  el bastón-. Pos mira, hijo puta, este confundío viene a cantarte las cuarenta... ¡Domingo, Domingo! -gritaba la Manuela-,  ¡calla por Dios que te  estás metiendo en un lío! ¡Calla tú que a ti ya te ajustaré yo las cuentas y a la comadre también, que es la que te ha metio en esto!
La gente corría por el pasillo, camino de la calle, y el sabio desapareció unos momentos, volviendo con dos uniformados hombres que cogieron al Domingo por los brazos. ¡Ea, al cuartelillo por desorden público e insultos!  -exclamaron.
La Manuela que seguís echa un cuatro sin poder levantarse, gritaba: ¡Mi marío, mi Domingo, comadre, ayúdame que no puedo moverme! ¡Al cuartelillo, no! ¡Ay, , ay, qué hombre este! ¡Ha perdió la cabeza!
 De un tirón, entre dos la pudieron  dejar  derecha, pero, echándose las manos a la frente,  exclamó: ¡estoy mareá, ay, que me da! Y echándose para atrás, volvió a fallar la tumbona quedado de nuevo con la cabeza por los suelos y los pies en alto. La Chacha, se precipitó: ¡Manuela, Manuela, qué te pasa! Pero la Manuela no contestaba. La Chacha, exclamó, pidiendo ayuda: ¡que le ha dao un patarrengue!
 


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