Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

1 jun 2013

Contestación a Carta de una lesbiana


Para ti, María.
Me gustan las florecillas del campo.
Son frescas, limpias, delicadas...
No obstante les sobra coraje para vivir a la intemperie
y hasta  para soportar  pisotones de
malos caminantes que no las ven, no las conocen, no las disfrutan...


Posdata: si te compromete el escribirme, déjalo. Yo lo entenderé.


Así terminaba la carta de una lesbiana que transcribí hace algunos días.
Ni un momento dudé en contestarle. He demorado, no obstante, la transcripción de dicha carta respuesta por creer que era mejor dejar pasar algunas fechas e intercalar otro tema. No obstante, en su día, fui rápida y sincera. Como algún seguidor de este Blog me ha instado a que no la demore más, allá que va
Querida amiga: Sí, querida aunque no nos conozcamos. A mí, al menos, me resulta fácil sentir afecto, cariño por cualquier ser humano y máxime si con mis palabras, aún en la distancia y anonimato, puedo dar una mano, que me sobra y se me alarga, para llegar a dónde me la pidan o a dónde necesite llegar.
Lo primero que quiero decirte es que tu carta no me compromete en absoluto, si bien sé que su lectura, como sucede siempre en cualquier artículo, pueda ser interpretada, provocando las más variopintas opiniones.
Pero esta noche, cuando el tráfico de mi Avenida ha amainado, cuando los semáforos tan solo son colores para mi vista cansada de mirar y ver tantas cosas, cuando las cuatro gotas que han caído han levantado ese maravilloso olor a tierra que me eleva y hace que me sienta casi etérea, mi verdad total es para ti y poco me importa lo que puedan pensar o creer los demás. Tal vez no sea yo la persona más adecuada, pero, puesto que te has dirigido a mí, te voy a decir sencillamente lo que pienso.
En primer lugar, me hubiera encantado conocer tu verdadero rostro, tu verdadero nombre que tan celosamente guardas para ti. No creas que haya sentido pena de leer tu carta. Yo, que tan fácilmente me emociono, más bien, he sentido rabia al comprobar lo débiles y rotos que podemos resultar los seres humanos.
Quiero recordar algo de lo que me dices de aquel artículo, “Calor humano”, perdido por los años, que tanto te gustó, y sí, me ratifico en todo lo que en él decía. A lo largo de mi vida, y por razones bien distintas, he tenido frente a mí gente con los más variopintos problemas, y he podido experimentar cuánto bien le ha hecho una leve caricia, el roce afectuoso, cálido de otro ser humano.
Como no dispongo del espacio que quisiera, voy a serte directa y sincera, como trato de serlo siempre. Verás, yo creo que la primera obligación, el primer deber que tenemos como personas  es el de aprender a aceptar aquellas limitaciones que nos han venido, irremediablemente, dadas y de las que, si bien a niveles diferentes, nadie se escapa. Es indudable que caminamos hacia una sociedad más libre y respetuosa, pero todavía los prejuicios son como la savia madre de la que nos alimentamos y engordamos más, mucho más de lo que es sano y necesario. 
No debes tener miedo al amor, querida amiga. Más bien, debes buscarlo y entregarte a él en la seguridad de que tu vida, tu felicidad, tu madurez, tu realización como ser humano, dependen sólo de un paso definitivo: la aceptación total de lo que eres. Otra cosa sería –tú lo dices– hipocresía, mentira... Olvídate de la gente que no sea capaz de respetarte. Tú sola naciste, tú sola tendrás que enfrentarte al duro paso del dolor y de la muerte. ¿Qué temes que podamos darte o quitarte los demás...? Vive, vive feliz... La tolerancia también existe, y es algo que todos, como pordioseros en las esquinas, tenemos que pedir para nuestros muchos fallos insalvables.
Como bien sabes, y saben todos mis lectores, no soy lesbiana, pero hasta mi último suspiro en esta vida, quisiera ostentar, con autenticidad, mi “título” de ser humano, y es por ello que si en algún momento tus negros pensamientos te situaran al borde de un precipicio sin retorno, en mí encontrarás el calor humano del más sincero abrazo. No lo dudes y búscame. Verás qué fácil te resulta encontrarme en el camino. ¿No te has dado cuenta de que viajamos en el mismo tren y en el mismo departamento? ¡Anda, saca tu “bocadillo” y compártelo sin miedo, no sea que llegue la hora de apearte en tu estación y tengas que lamentarte de  haber viajado sin conocer ni tan siquiera la voz de tu compañero/a  de tren! No pierdas más tiempo. La vida es larga para lamentarnos y muy corta para vivirla.
Un beso con calor humano. Isabel



2 comentarios:

Anónimo dijo...

isabel, esta carta debiera difundirse mas, para que el hombre sepa que anes que nada SOMOS SERES HUMANOS Y EL OTRO ES MI HERMANO, Y COMO TAL HE DE TRATARLO Y AMARLO
FELIX

Katiuska dijo...

Siempre encuentras las palabras apropiadas.Besos