Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

24 ene 2013

Carta de des-amor

Solo por una noche vale la pena vivir... el amor, porque...
el amor no es moneda de cambio, ni es materia de olvido.
Si se ama, solo la muerte podrá entregarnos
 al lado oscuro  de los recuerdos.


  A un amigo, que nuca lo fue

¡Doce años, doce! En una incesante caída de días en este almanaque de olvidos, recipiente, no obstante, donde mis rosas siguen frescas, alimentadas por mieles de amor y esperanza.
Días, hojas que el viento, arranca, pisotea y se empeña en arrojar sin piedad a este río imparable en crecidas que es mi alma. Pero esta noche, ¡qué noche! ¡Qué bello sueño en mis pupilas dormidas que, seductoras, sostenían en vilo tu mirada, fragor de mares huracanados, mientras mis manos pequeñitas acariciaban las tuyas prisioneras de tantas promesas rotas!
Sigilosamente, iba a ti; ¡para estar contigo! Sí, quería que siguiéramos juntos, huellas de agua y cielo en la paz silenciosa del universo, trono de música, rumor de nubes, delirante torbellino de solemnes campanas.
Quería decirte las palabras más profundas, sinceras, las más tiernas y bellas. Quería decirte que sigue vivo tu rostro en aquellas fotografías casi robadas en un instante que se me caen de las manos, hoy.
Y quería decirte que guardo tus palabras sostenidas en el centro de un calmado lago de silencios, hoy.
Y quería decirte que los recuerdos se me hacen tan vivos, tan cálidos que me acuno en ellos y se tornan música nostálgica, hoy.
Pero, ¿y tu voz? Quería decirte que en mi pueblo hay una sonora fuente, cuyo eco jamás deja de cantar el rumor vivo de las entrañas de la tierra, y hay campanas cuya voz doblan a muerte o repican a fiesta, y hay lluvia en los otoños, voz que torna y hace florecer acequias, y correr ríos y arroyos. ¡Cuántas voces, amor, siguen vivas en mí! Pero, ¿y la tuya?
Quería decirte que la estoy perdiendo, casi la he perdido, casi se me ha muerto en el silencio oscuro de mi mente.
Quería decirte… No, no te dije nada, porque de pronto, en la carroza blanca de mis sueños, llegaste: ¡Bailemos, bailemos! –repetías-. ¡Anda, bailemos tú y yo!
Como en un suspiro, mi cuerpo, rayo de luz fugaz, llegó a la pista, música etérea, de tu ardiente mirada. ¡Cómo se estremecía mi débil tallo al soplo sutil de tu viento que, conteniendo su furia, tan sólo era caricia en mi árido paisaje! Sí, mi cuerpo, y mi alma se perdían en tu regazo, poseídos, como beso errante, arrojado al inmenso mar, en un tumulto de olas, gaviotas,lunas, nubes...
¡Bailemos, bailemos! Sí, en un deliro de notas que surcaban veloces el azul del cielo, el azul del mar... ¡Bailemos...!
Pero tu corcel de sueños, volvía a ser calabaza de frías realidades. ¡No te vayas, amor! –te suplicaba-. ¡Tan sólo por esta noche quédate!
Y si me duermo, y si te vas, deja un beso engarzado en mis cabellos, aquel beso que sólo fue deseo en mis labios, en mi alma, beso que se esfumó sin huella.
Y esa gota de tiempo adolescente que me corre todavía por el alma te recordará  siempre en el adiós de pájaros viajeros, y en el húmedo albero del jardín en los inviernos, y en noches de estrellas y lunas…
¡No, no  dejes que despierte, no te vayas. Por esta noche, sólo, quédate!
Y si te vas, eso, deja un beso en mi almohada que regaré cada noche con el recuerdo de un sueño.
¡Pero esta noche, solo, quédate! ¡Bailemos!



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