Tras muchos pasos, él, hombre de caminos. se notó desfallecido y sediento. Buscó, y encuentró, una fuente, perdida en laberinto de monte y piedras. Sació la sed y descansó.
Pasado un rato, y teniendo que reanudar el camino, se despidió de la fuente. Balbuceó: Gracias, muchas gracias, fuente. ¿Qué hubiera sido de mí, si no te encuentro...?
La fuente, nacida de los tumultuosos manantiales de la tierra, habló y dijo: Gracias a ti, amigo que me has necesitado. De no haber hombres, mujeres sedientos, mis aguas se transformarían en cieno y atascarían mi manantial. Dale gracias también a Dios que me manda la lluvia.
En el silencio de aquella hora de viento y soledad, el hombre se dijo: ¡Qué buen orden, el del Creador, si supiéramos respetarlo!
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