10 mar 2018

DE LA AVENTURA QUE CORRIÓ EL DOMINGO CON EL SABIO


El autobús  tras largo recorrido, recogiendo gente, se detuvo definitivamente,  en la puerta de una  casa, situada a las afueras de un pueblo: ¡Ea, to el mundo abajo! –exclamó el conductor- ¡A ver si cuando os recoja estáis toas como palmitos! Un hombre, con apariencia de normalidad, aguadaba en la puerta: ¡pasen pasen las señoras; al fondo a la derecha! 
El pasillo, era largo, estrecho e iluminado por una leve luz roja. La Manuela, agarrándose al brazo de la chacha, exclamó. ¡coño que da cosa! Estas cosas son así –contestó la Chacha como más preparada y culta-. El salón era  grande y con poca luz también y como todo mobiliario tumbonas blancas alineadas  por separado. La mujer de López, frunciendo el entrecejo, exclamó: ¡qué raro! ¡Vemos menos que  Pepe leches! Sin atreverse a  dar un paso más, el grupo de mujeres entre los que iba algún hombre, como arropándose unos a otros y en pelotón, esperaban en el quicio de la puerta. Una voz de micro, los solivianto: buenas tardes, hermanos, pasad,  pasad y sentaos; las mujeres a la derecha y los hombres a la izquierda. 
Con recelo iban separándose unos pasos y tomando posesión de las tumbonas quedándose sentados en el filo. Buenos días y buen viaja haigan tenío ustedes -volvía a saludar la voz de un hombre que esta vez, ante la vista de todos apareció con una zamarra blanca de manga corta sobre una camisa negra, un pañuelo a modo de turbante en la cabeza, pantalón a media pierna y zapatillas de cuatro tiras- Sé que venís porque estáis tos tocaos de algún mal, pero  tos los males los vamos a echar fuera. Apretad el botón de la tumbona, que está vuestra derecha y tumbaos. 
La Manuela que  no se despegaba de la Chacha, exclamó: ¡si parece  de campo! ¿Y qué esperabas, so leche, a un rey mago? Al accionar  los botones se produjo un crujido general y un murmullo  que acalló el sabio: ¡tranquilos; no pasa nada! Van ustedes a estar mu relajaos y como en su cama. La tumbona de la Manuela de un golpe la tiro para atrás, dejándola con las piernas para arriba y los zapatos por el suelo. ¡Ay, chacha, que he caído mal, que se me ha enrrollao el vestido! ¡Calla, coño! –exclamó la Chacha-. El sabio, santiguándose y con los brazos en cruz susurró unas palabras que parecían una oración. Después, dijo: cerrad lo ojos y dejad la mente limpia de to, pa que los males puedan salir. En absoluto silencio, el sabio,  de tumbona en tumbona, iba haciendo una cruz en la frente de todos y cada uno. Al llegar a la Manuela, exclamó: ¡hija, deberías taparte un poquito que no estás en la playa! La Manuela trató de estirarse del vestido, pero, no había forma; se había quedado a punto de aterrizar en el suelo de cabeza. Ahora –dijo el sabio- os vais a dormir. Os entrará mucho sueño y los males irán saliendo de los cuerpos.
El Domingo que, en su coche, que era una tartana, y guardando  bien las distancias, había seguido al autobús, disfrazado y que ni él mismo se conocía, de puntillas, apoyado en un viejo bastón  entró en el salón. El sabio, al verlo exclamó: señor, por favor, quítese el sombrero y échese en una tumbona; llega un poco tarde, pero por respeto a su edad... ¿Qué edad ni qué coño? –exclamó el Domingo-. ¿Quién te has creído que eres? ¡Eres un sacadineros   y engañabobos, pero  a mi mujer me la llevo de aquí  ahora mismo! Las tumbonas, todas, como por un resorte, se enderezaron, rompiendo en una exclamación: ¿qué pasa?   ¿Quién es? La Manuela, rápidamente lo reconoció y también la chacha. ¡Ay, por Dios, comadre, el Domingo! ¡La madre que lo parió! ¡que no puedo levantarme, que se calle, por Dios! Y pataleaba sin poder enderezar la tumbona, mientras la Chacha, acudía a sosegar al Domingo: ¡calla, hombre, calla! ¿Y dónde coño vas que pareces escapao de la cárcel? ¿Qué a dónde voy? ¡A cantarle las cuarenta a este hijo puta que  engaña a mi Manuela! 
Y abriéndose paso entre las tumbonas y las mujeres alborotadas, llegó hasta el sabio que con buenas palabras  trató de tranquilizarlo: estás confundío o has bebío, hombre... ¿Qué he bebío? –interrumpió el domingo, levantando el  el bastón-. Pos mira, hijo puta, este confundío viene a cantarte las cuarenta... ¡Domingo, Domingo! -gritaba la Manuela-,  ¡calla por Dios que te  estás metiendo en un lío! ¡Calla tú que a ti ya te ajustaré yo las cuentas y a la comadre también, que es la que te ha metio en esto!
La gente corría por el pasillo, camino de la calle, y el sabio desapareció unos momentos, volviendo con dos uniformados hombres que cogieron al Domingo por los brazos. ¡Ea, al cuartelillo por desorden público e insultos!  -exclamaron.
La Manuela que seguís echa un cuatro sin poder levantarse, gritaba: ¡Mi marío, mi Domingo, comadre, ayúdame que no puedo moverme! ¡Al cuartelillo, no! ¡Ay, , ay, qué hombre este! ¡Ha perdió la cabeza!
 De un tirón, entre dos la pudieron  dejar  derecha, pero, echándose las manos a la frente,  exclamó: ¡estoy mareá, ay, que me da! Y echándose para atrás, volvió a fallar la tumbona quedado de nuevo con la cabeza por los suelos y los pies en alto. La Chacha, se precipitó: ¡Manuela, Manuela, qué te pasa! Pero la Manuela no contestaba. La Chacha, exclamó, pidiendo ayuda: ¡que le ha dao un patarrengue!
 


No hay comentarios:

Publicar un comentario