Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

29 feb 2016

Historia de vida


Amigos, empezamos mes y un lema mío os la transmito por si queréis uniros: tratad de ser más humanos. 
El corazón humano -Dickens- es un instrumento de muchas cuerdas; el perfecto conocedor de los hombres las sabe hacer vibrar todas, como un buen músico.
Y una historia de vida que escribí una mala noche de primavera,


Mi Avenida, escenario de una noche en la que dos seres humanos, dos jóvenes cargados de ilusiones y proyectos, se estrellaron. Me queda, como música divina, el rescoldo de aquellas sus agradas pertenencias perdidas en el asfalto.

Desvelada, con todo mi ser palpitando como si fuera un corazón desbocado, con lágrimas que no puedo contener, me decido a escribir. De siempre me ha gustado la noche. A estas horas me siento como transportada a otra dimensión, poseída por una especie de halo mágico que me confundiera con el universo y me otorgara poderes para descifrar la danza de sueños que emanan de la quietud de las cosas, que emerge del fondo de las almas entregadas al reposo. Tengo la impresión de que mi cuerpo se torna cósmico, etéreo a estas horas de la madrugada.
De pronto, como si explotara el silencio, un golpe brutal me hace saltar a la terraza. En medio de la Avenida, lejos uno del otro, dos cuerpos tirados, dos motos pulverizadas. Corro, vuelo, primero al teléfono: policía, ambulancia… Después a la calle, al accidente, a los cuerpos. Dos chavales, ¿muertos, heridos ...? Por casualidad a estas horas, se detiene un coche. Como pudimos logramos reanimarlos. El conductor, con prisas, me da órdenes: no se vaya, espere aquí a la policía, a la ambulancia…
Me quedé allí, clavada en el frío, en el miedo, en la impresión... entre pedazos de chatarra. A un paso de mí, un llavero, un móvil... Como si se tratara de objetos sagrados, me agaché a recogerlos. Los besé, los apreté contra mi pecho. Lloré, imaginando lo mucho que para cualquier muchacho representa su llavero y su móvil. Yo diría que todos los secretos, todos los amores, todas las posesiones que los jóvenes más celosamente guardan como relicario de sus intimidades. 
Cuando llegó la ambulancia y el coche de la policía, permanecía clavada en el asfalto. Les entregué aquellas “sagradas” pertenencias.
Y aquí sigo, después de dos horas. No puedo olvidarme de estos muchachos que han venido a estrellarse aquí, delante de mí, profanando mi hora de quietud, mi hora maga de poderes con los que equilibro la balanza de mi mundo interior tan cargado de ilusiones rotas. Y noto como si algo que naciera de mí se elevara por este cielo, aurora ya, buscando un agujero para colarse en busca de un Dios y urgirle lo que más deseo ahora mismo: !Quiero que existas, Dios, para que esos dos muchachos vivan!


27 feb 2016

Mi amiga Prostituta: fragmento



Tarde la de ayer, amigos, de filigrana de nubes que cruzaban nuestros cielos como en una artística recreación. Con mi amiga invisible, Lucrecia, recordaba y sentía.
Por eso hoy, un breve fragmento del capítulo primero de mi novela, “Mi amiga prostituta”, que muchos ya conocéis.
  
FRAGMENTO

Llegué un poco antes de la hora. Aparqué en medio de un gran charco, único lugar posible por aquellos alrededores. Esperaba con impaciencia mi reencuentro con Lucrecia. A derecha e izquierda la buscaba con impaciencia como si llevara siglos estacionada en aquel portalón, aún cerrado, del cementerio. Tan sólo tráfico ante mi vista y nubes que corrían en negra y eminente amenaza de lluvia. Un poco lejos, la parada de un autobús, objetivo de mis ansiosas expectativas. De pronto observé cómo, entre una multitud de gente que bajaba, una mujer, más bien un bulto me pareció, se aproximaba al cementerio. Di unos pasos en dirección hacia ella, y sí, era Lucrecia, tan ojerosa, envejecida y esquelética que en otra situación no la hubiera reconocido. Pero estaba allí, frente a mí, con un rostro desfigurado por grandes manchas oscuras, con preeminentes bolsas debajo de los ojos y una vulgar taleguilla colgada del brazo. 
Nos saludamos fríamente: no quería molestarte –dijo en un beso que apenas rozó mis mejillas-, pero no sabía a quién acudir. Es muy duro…
 Se echó a llorar, limpiándose los ojos con el puño de la manga. No es molestia. Has hecho bien con llamarme –contesté entre conmovida y descolocada.

Unos pasos y en tenso silencio, acentuado por el alborozado piar de pájaros por entre los cipreses, esperábamos, bajo la marquesina de las puertas abiertas ya de aquel lugar que exhalaba un sutil halo putrefacto, los rigores de aquel mal asunto del que habló Lucrecia y yo desconocía.
 Si me hubieras avisado antes y dicho de qué se trata, tal vez podría… ¡Qué más da! –me cortó secamente-. Antes o después…
Las palabras de Lucrecia, como en otras ocasiones, me sonaron a reproche y me tornaron a un silencio que eran voces del pasado, que eran…, eran tantas cosas…

24 feb 2016

Luna llena



 ¿Otra vez llena, luna, lunera? ¿No fue ayer cuando dejé de verte, reinona de los cielos? ¡Vaya, has dado la vuelta al mundo y yo sin enterarme, y yo sin moverme!
¿Pasaste por aquel jardín escenario de mi infancia? ¿Tropezaste, por casualidad, con mi bastidor de hilos de seda?¿Me encontraste sentada junto al palomar,grabando sonidos del silencio?
¿Que no?¡Ah, ya sé! ¡Si estaba en la era machacando espigas en el  aquel trillo de mulillas trotonas!¡Si estaba en la huerta del Solo contando las vueltas del borriquillo de
ojos tapados alrededor de la noria! ¡Si estaba escribiendo   cuentos de hadas, sirenas, caballitos de mar…” ¡Si estaba arrullando a   mi muñeca de trapo, que habían llamado fea!
¡Ay! ¡Cómo se aroma mi alma, volcán de sentires en el espejo del tiempo que sigue moviendo los hilos de mi memoria!
Tú, sí, tú, luna,  acallas suspiros que me laceran el alma en un torrente de voces que se baten en sombras de nostalgias infinitas impregnadas de Ángelus  y horas crepusculares
Y son grillos, y son trenes, y son estrellas, y son palabras... Surtidores magos de sueños que matizan de ternura el dolor de los momentos,  agridulce de la  vida.
Pero tú, luna, lunera, caminas  silenciosa por el cielo cobrizo, de la ciudad, que, en estresados anhelos, duerme.
¡No te vayas!  ¡No me dejes en la noche negra de mi almohada! ¡No te vayas! ¡No me dejes en este remolino de sueños perdidos! ¡Por esta noche, solo por esta noche, luna, lunera, quédate y que tu macilenta luz arrulle mis ilusiones dormidas, a veces.

 



22 feb 2016

RUIDO UNIVERSAL

Hoy, amigos, un vistazo a la prensa.


Esta frase, del escritor griego Nikos Kazantzakisme, me la repito todos los días: 
Ama al hombre, pues él eres tú.
  
DIARIO CÓRDOBA/OPINIÓN 
Las verdades no se transmiten solo a través tan solo de la palabra y menos aún a través del ruido universal. La verdad elige el silencio para transmitir sus significados a las almas que la buscan, que la precisan... Y es por eso que en el silencio de las horas, noto cómo me invade el significado del dolor que, endémico, cunde por el mundo en el que solo se puede escuchar la cantinela de un griterío sin que se pueda reconocer la procedencia de una sola voz. Y es que humanidad y política son cosas necesarias, pero ambas se excluyen, se alejan tanto que la primera queda entorpecida, anulada, porque el megáfono está más por la política que por la humanidad. 
De ahí que las razones políticas primen, alboroten a diario, sin permitir un lugar para el silencio, la verdad y la eficacia, mientras, desde la infinita zozobra y angustia que debemos sentir por hechos como los que estamos viviendo, refugiados, pobres, corrupciones, guerras, muertes, todo nos suene a desesperanza. Es increíble la memoria presencial del ser humano que pronto olvida lo que oye y lo que ve para seguir viviendo sin mayores complicaciones, pero neurosis, y depresión, enfermedades en la mayoría de los casos, propias de espíritus sensibles, con alto nivel de humanidad, hacen en ellos su mejor presa ante un mundo que tanto sabe de dinero, poder competitividad y tan poco del hombre, de sus problemas, necesidades y angustias .
 Silenciemos ruidos y escuchemos voces que nos hablan al oído, para que el ser humano que somos no pierda la capacidad de saber despejar caminos en esta absurda hojarasca de la política que estamos viviendo y que, como música de fondo, para mí, como espectadora, no tiene más nombre que poder, protagonismo y egoísmo.
Dios de los dioses, soplad más alma a los que se olvidan de que la tienen y de que la tienen, más bien rota, los demás.
Maestra y escritora



16 feb 2016

La mujer ofendida

El saludo, el perdón, la mano extendida, creo yo que no se le puede negar a nadie, ni tan siquiera a nuestro mayor enemigo.
Un breve relato, amigos, para este martes.

Por un café, que era agua, una mujer discutió con el dueño del bar. El hombre aireado exclamó: ¡Si no le gusta mi café, fuera de mi establecimiento! 
La mujer, humillada y molesta, se alejó para no volver más a dicho lugar. Enterada de lo sucedido la esposa de aquel hombre, una mujer educada, prudente y cariñosa, se dijo: Buscaré a tan buena clienta y le pediré excusas.
Un día de junio, recién abiertas las piscinas, como si fuera una aparición, se encontraron en el agua nadando una junto a otra. Hola –dijo la esposa del dueño del bar con una sonrisa infinita y en un gesto de abierta y humilde comunicación. La mujer ofendida, volviéndole la espalda, se alejó.    
Una semana después, en una pescadería del barrio, comentaban la noticia: se ha muerto María, la del bar, se le presentó un abortó y murió de una hemorragia.  
Sobresaltada la mujer ofendida, y a pesar de la claridad de la noticia, preguntó:
¿De quién hablan...?  ¿Quién ha  muerto...? María, la del bar: estaba embarazada y…  A punto de desmayarse, la mujer ofendida corrió lejos y, sentada en un bordillo, lloraba sin consuelo.  No, no era tanto por  su muerte, como por aquella culpa que le pesaba hasta hacerle trizas el alma. La veía buscándola aquella mañana en la piscina, la oía excusándose. ¡Pobre! -se dijo- ¡Cómo debió sentirse con mi orgullo y necedad! Y en su onterior se notaba como si hubiese descendido a los mismísimos infiernos. Era como sentir  todos los rigores, todos los castigos de un dios desconocido que, sin fuegos eternos, la torturaba, remitiéndola a la tremenda impotencia, al inmenso dolor de no poder reparar el daño que aquel día causó a un inocente ser humano. Hubiera dado cualquier cosa, hasta la vida misma, por una ligerísima moviola que  le hubiera permitido situarlas, de nuevo,  frente a frente.