Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

31 oct 2015

Reflexiones sobre la vida

Mis queridos amigos: hoy, víspera del Día de Todos los Santos,copio de una sencilla obra, que dedico a mis hijos, Caminamos hacia el mar", algunas de mis reflexiones acerca de lo que pienso que es la vida. Para nada tienen que ser coincidentes con las vuestras, pero  es lo que tengo y os lo ofrezco.
Este bello amanecer de hoy es la vida. 
Nosotros, que seguimos en ella, también lo somos.

La vida es un tren que pasa. Si no subimos a tiempo, si lo dejamos ir, nos quedaremos para siempre en la estación de espera. Y el próximo, al único que podremos acceder, será el tren de la muerte

La vida, es una página en blanco que se nos entrega  en el instante mismo de nuestro nacimiento. Hasta el día que somos capaces de pensar y decidir, son los demás los que escriben en  ella, pero llega un momento, que, o cocogemos la pluma y nos convertimos en protagonistas, lo cual nos será, paradójicamente, fuente de gratificación y dolor, o  dejados llevar por la comodidad, aceptemos la letras que los demás sigan imprimiéndonos al ritmo de nuestros pasos. Esta actitud, antes o después nos exigirá estampar una firma de autenticidad que nos podremos ratificar con la consiguiente frustración.

La vida es tan sólo un corto paseo  al atardecer de un bello día. Bueno será volver la vista atrás por si a nuestro paso crecieron espinas. En cuyo caso habrá que regresar, extirparlas y en su lugar sembrar rosas.     

La vida, con el paso de los años, se va transformando en montón de escombros, donde, sin duda, palpitan hermosos retazos de felicidad. nBuscad y veréis  cómo encontraréis el árbol al pie de la ladera, el camino de ayer, buscad y encontrareis palabras que, en ecos, os devolverán la memoria perdida de las cosas, buscad y aparecerá el índice del pasado que os remitirá a la salvación en momentos en los que la luz de vuestra  "casa" se apague y os  quedéis a solas con la silla de anea y el crujir de viejos tejados
                       
La vida es un ir rompiendo moldes con los riesgos que ese proceder entraña, pero sin comparación lo es más el pasar por la vida, corto paseo, sin colaborar a la creación que somos de un Dios que nos dejó una cuenta sin saldar: la de "recrearnos" con nuestras capacidades individuales, con nuestras cotidianidades... con nuestro singular proyecto.  Cuenta pendiente que no hay que olvidar porque, al otro lado, se nos espera con todas las cuentas saldadas.

La vida es una sucesión de cotidianidades, de  pequeños y sencillos problemas que, no obstante, pueden resultar, para algunos seres humanos, que no saben cómo vencerlos, murallas insalvables, feroces monstruos que los amedrentan. Y ahí debéis estar  con la mano tendida. Vosotros, en cada caso, sabréis cómo. No os  reservéis. 

La vida es un camino por recorrer. En él encontraréis  de todo, pero jamás caigáis en la tentación de inmovilizaros   en punto alguno por blanco o negro que sea. Continuad siempre hacia delante sin mirar para atrás porque una luz que se apaga no volverá  a lucir por mucho que os duela. Podréis eso sí, guiado por su rastro, colgar una nueva en el horizonte de vuestros pasos. Y no os perderéis lo sucesivo que siempre será sorprendente, y sobre todo no dejéis  de marcar huellas que sirvan de guía a otros caminantes.


Y no  no se hunde la casa por una gotera, pero hay que “taparla”, mientras no sea incontrolable chaparrón, y cuando lo sea habrá que buscarle un buen “paraguas”, pero no se puede detener la vida: habrá que inventarla, habrá que sacarla de la nada, pero jamás entregar las armas.

30 oct 2015

Carta a un amor que nunca fue

Hoy, amigos, aniversario de una amistad que, a través de un chat duro casi tres años y un día desapareció para siempre. Era  alguien que me llamaba cada noche, que me hablaba, que me hacía llegar el sonido de las olas de su mar, alguien a quién llegué a querer, alguien a quien a  pesar de  más de una década de silencios, sigo queriendo sin recor, aún sin saber si vive, si sufre  si es feliz.
Un día, escribí esta carta al viento. Hoy la escribo y puede que le llegue a través de este medio. No quiero nada; tan solo desearía saber  por qué


No, no hay  huracán que pueda arrasar recuerdos de 
momentos, días  vividos con amor e ilusión

¡Muchos años! Sí, muchos  en una incesante caída de días  en este  almanaque de olvidos, recipiente, no obstante, donde mis rosas siguen frescas, alimentadas por  mieles de amor y esperanza.  Días, hojas que el viento  arranca, pisotea y se  empeña en  arrojar sin piedad a este río imparable en crecidas que es mi alma. Pero esta noche, ¡qué noche! ¡Qué bello  sueño en mis pupilas dormidas que, seductoras, sostenían en vilo tu mirada, fragor de mares huracanados, mientras mis manos pequeñitas acariciaban las tuyas  prisioneras de tantas promesas rotas!
Sigilosamente, iba a ti;  ¡para estar contigo! Sí, quería que siguiéramos juntos, huellas de agua y cielo en la paz silenciosa del universo,  trono de música, rumor de nubes,  delirante torbellino de solemnes campanas.
Quería  decirte las palabras más bellas,  sinceras, las más tiernas y amorosas. Quería decirte que sigue vivo tu rostro en aquellas fotografías casi robadas en un instante que se me caen de las manos, hoy.
Y quería decirte que guardo tus palabras sostenidas en el centro de un calmado lago de silencios, hoy.
Y quería decirte que los recuerdos  se me hacen tan vivos, tan cálidos que me arropo en ellos y se tornan música nostálgica, hoy.
Pero, ¿y tu voz? Quería decirte que en mi pueblo hay una sonora fuente, cuya voz jamás deja de cantar el rumor vivo de las entrañas de la tierra, y hay campanas cuya voz doblan a muerte o repican a fiesta. Y hay lluvia en los otoños, voz  que torna y  hace florecer  acequias, y correr  ríos.
¡Cuántas voces  siguen vivas en mí! Pero, ¿y la tuya? Quería decirte que  la estoy perdiendo, casi la he perdido,  casi se me ha muerto en el  silencio oscuro de mi mente. Quería decirte… No, no dije nada, porque de pronto, en la carroza blanca de mis sueños, llegaste, pero tu corcel de sueños, volvía a ser calabaza de frías realidades. ¡No te vayas! –te suplicaba- ¡Tan sólo por esta noche quédate! Y si me duermo, y  si te vas, deja un beso engarzado en mis cabellos, aquel beso que sólo fue deseo, que se esfumó sin huella. Y esa gota de tiempo adolescente que me corre todavía  por el alma te recordará en el adiós de pájaros viajeros, y  en el húmedo albero del jardín en los inviernos, y…No, no  te vayas; por esta noche, sólo, ¡quédate!

Día muy frío de enero. Noche todavía. Música y lágrimas sobre mi almohada.

27 oct 2015

Recordando una fecha. Carta a mi nieta

Las calles a las cuatro de la madrugada sólo eran noche y semáforos, No obstante el solivianto propio de la hora y del evento, me precipité allí, donde tus padres, donde tú, mi pequeña y preciosa niña, estabas a punto de llegar al mundo.
Medio me tiré del coche, al llegar a urgencias de maternidad en Reina Sofía. Silencio y cuatro personas dormitando por los rincones. Alguien, un celador, me detuvo, cuando, aturdida, nerviosa, quise sobrepasar la “barrera” de lo prohibido.  Ahí no se puede entrar. Espere fuera.
Expectación en el susurrante sonido de barras fluorescentes, en el penetrante olor a medicamentos y revueltos de no sé cuántas cosas. Mis ojos se quedaron clavados en aquel cartel de “prohibido el paso”, en aquella puerta, tras la cual, tus padres, casi dos niños, transformados en responsabilidad, se debatían en dolor e ilusión, porque tú, tan deseado, tan querido... llamabas a la puerta de este mundo y, con urgencia, reclamabas ya tu lugar en él. Desde casi mi estática postura, simultaneaba pensamientos, como si en la película retrospectiva de toda mi vida, se interpusiera la emoción del momento presente que me agitaba en un vaivén de nostalgias, de angustias, de fe, de esperanza...
No existen palabras, pequeña mía, para que pueda expresar qué sentí cuando al fin dejaste de ser interrogante para formar parte de una bellísima y casi mágica realidad.
¡Cómo temblaban mis brazos ante el milagro de la vida que nos arrebata seres queridos, por un lado, y nos compensa, por otro, con esa savia nueva que son los nietos, que eres tu, vida mía! Savia que nos devuelve alegría, ilusión, proyectos y un gran derroche de ternura y amor
Ayer, no conocía el color de tu pelo, ni el sonido de tu llanto, ni el tacto de tu piel... Hoy, ya estás aquí. Te puedo acunar entre mis brazos, te puedo sentir en ese corazón que late al unísono del mío, cuando te aprieto junto a mi pecho en un deseo de fundirme contigo
¡Cuántas interrogantes acerca de tu futuro me nacen y me crecen en los adentros! No obstante, te veo luz destellante, estrella que has caído justo aquí en esta familia que con los brazos abiertos, desde el mimo día que supo de tu existencia, te esperaba impaciente renovando ilusiones y contando momentos.
 Tú eres la vida que regresa una vez más, irisando de color cualquier punto negro de esos que aparecen y dejan sus marcas sobre el tapiz, aurora de cada día, que es nuestra existencia, y esta mi casa, tan solitaria y silenciosa, se eclosiona de alborozo, de entrañable trasiego familiar, con tu llegada a este nuestro mundo, tan conflictivo, tan apartado, cada vez más, de la inmensa aventura que es el vivir, y que te aguarda, pequeño mía, ignorando que tú sí eres acontecimiento para todos los que te amamos.
Mi preciosa niña, doy gracias a tus padres, a Dios, por tener la dicha de engendrarte, acariciarte, y sentir que soy la mujer más joven del mundo porque tú eres una hija más que me ha nacido en este jardín del amor donde las semillas caídas jamás se pierden: crecen y se multiplican. Me emocionan y conmueven los acontecimientos del mundo, la turbia mirada de los ancianos, la limpia mirada de los pequeños, la fragancia de mis jazmines...
Sí, más que nunca, hoy, y te lo debo a ti, ternura que me sale a flor de labios y se trueca besos que quisiera entronizar en suspiros del viento para que se esparcieran por todo el mundo en un glorioso e inacabado aleluya

Vuelve la vida, siempre, y su retorno puede ser música para un bello poema. Vuelve el otoño, siempre.

26 oct 2015

Mi Julianillo: relato

Un relato de mi obra, Educar desde la Experiencia. Cerque formativo e interesante para todos 

Juanalillo era el más pequeño de una familia dedoce hijos. Con dificultades de lenguaje, casi autista, más bien sobrevolaba la escuela que estaba en ella. La madre, una mujer pasada de viejas y tristes y historias, me repetía: Por lo menos que esté recogido, señorita. Que se quite de los peligros de la calle. Yo no puedo estar sobre él, y el padre anda siempre   borracho...
Y mi Julianillo, silencioso, se deslizaba a gatas por debajo de las mesas, o se aponto­caba en un rincón y, sin abandonar  jamás su macuto,  herencia  de algún   caritativo deshecho, se chupaba el dedo gordo o se comía pequeños desconchones de pared. Mis pocos años, mi falta de experiencia, pero mi propósito, no obstante, desde aquel primer día de escuela en la aldea, de luchar, de trabajar por lograr que todos los niños y niñas fuesen felices, al menos en el aula, me llevó a interesarme, ¡como no!, por Julianillo
Y una mañana, cuando, como cada día, entró en clase, desarrapado y arrastrando el viejo morral, le salí al encuentro: Ven -le dije, echándole un brazo por encima y sentándolo cerca de mí-. Te voy a dibujar cosas bonitas: el sol, un pájaro, una flor, una casita... Le llené de dibujos la gran pizarra de la clase. Después, como si no tuviera ojos que me vieran, ni oídos que me escucharan, le saqué de su macuto una vieja y rayada pi­zarra, al tiempo que le proponía: Si copias alguno de estos dibujos, te lo  colgaré en la pared para que todos los compañe­ros los vean y se enteren de lo que tú eres capaz.
Pero aquel pequeño no se inmutó. Clavado delante de mí, tan sólo hizo un gesto... No, ni tan siquiera eso. Fue más bien como un aleteo de su alma que lo delató, cuando otro pequeño, boyante de felicidad, con un paquete de palomitas de maíz so­bre la mesa, una flamante caja de lápices de colores, una bola de níquel y una impecable cartera, exclamó:  ¡Eso lo pinto yo ahora mismo! Y sacando un puñado de hojas de papel se dispuso a copiar los dibujos.
Mi Julianillo permaneció, eclipsado en aquel niño y en su flamante material que mucha ventaja le daba para adueñarse de lo que en realidad le pertenecía: aquella pizarra de dibujos que yo le había dedicado. En ese mismo instante comprendí: mi pequeño Julián estaba en desventaja con el resto de los niños, bien equipados con toda clase de material escolar.
Al día siguiente, lo esperé en la puerta del colegio. Le llevaba una cartera nueva y, dentro de ella, lápices de colores, folios, canicas, dos o tres pesetas, algunos cro­mos y un pastelito de chocolate. Nada más hermoso, creo yo,  he podido contemplar en mi vida que la cara de aquel niño, cuando, por primera vez, y por voluntad propia, se sentaba delante de una mesa de la clase y colocaba sobre ella los pequeños tesoros de su flamante cartera y se disponía a escuchar.
Creo qu eno precisa comentario alguno.