Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

8 mar 2013

Carta a mi madre


QUERIDA MAMÁ

Vivir en el corazón de los que dejamos detrás de nosotros no es morir. Campbell.
Es por eso que al cumplirse treinta y ocho años de tu muerte, querida mamá, tú sigas viva en mí, pero de forma especial en esta madrugada de marzo, cuando los ciruelos japoneses están ya en flor, cuando empieza a oler a azahar y cuando a solas en este piso grande, casi reducido ahora al espacio de mi escritorio, tengo que sacar mis mejores palabras, como siempre, para plasmarlas en este reducida área de mi ordenador.

Y mis palabras, hoy, no pueden ser otras que la expresión más fervorosa y cálida hacia aquella mujer que fuiste, nada convencional, culta, exquisita, caritativa... en tan difíciles años que te tocaron vivir. Te recuerdo cultivando violetas y jazmines. Te recuerdo celosa de tus pequeñas y bellísimas propiedades: cajita de música, rosario, pañuelos, libros... Te recuerdo, que todavía se conserva en tus ropas, en aquel perfume de rosas que era rastro de tu presencia y también de tus ausencias.

¡Cuánto te quise, mamá! ¡Cuánto lloraba en la soledad de mis noches de niña, imaginando tu muerte! ¡Cuánto gozaba sentada junto a ti, sin que tú, sumida siempre en un mundo de sueños imposibles, apenas me notaras! ¡Cuánto sufría con tu precaria salud! Quiero tener fe y pensar que yo también sigo viva para ti, y es por eso que constantemente te sueño, te busco, te hablo...

Quiero decirte que sigo siendo aquella niña buena para todos que recogía las plumas caídas de los pajarillos, que protegía y enseñaba a los niños pobres, que perdida en los rincones del jardín, escribía poesías y cuentos.

No, no me he prostituido jamás, porque mis causas siguen siendo la verdad, la justicia, el amor por todos los seres humanos.

A veces, como hoy, me eternizo en este rincón sin saber cómo seguir el camino donde tantas ausencias me han dejado huellas profundas. Te sigo necesitando, mamá, para que me recuerdes que tengo que comer, para que me des un precioso pañuelillo para secar mis lágrimas, para que me acompañes con el silencio de tus largos rezos…
Tú no has muerto, mamá; sigues viva en mí y en todas las cosas bellas de este mundo. Sí, te oigo, te veo, te siento; eres tú, mi querida mamá, la única en este mundo que me quisiste tal y como era, que me aceptaste con mis muchas rarezas sin cuestionar ni una sola de ellas, la única en el mundo que me ha llamado “vida mía”.

Si me oyes, mamá, quiero que sepas que ya nadie me da aguinaldo por Navidad, que ya nadie me prepara aquel bocadillo que tú me hacías comer, cuando cada tarde llegaba agotada de la escuela, que ya nadie me escribe cartas a mi buzón para felicitarme por mi santo y por mi cumpleaños, que ya nadie adivina mis depresiones, mis problemas...

Cada día me parezco más a ti. Me miro las manos y te veo, me miro los pies y repito tus palabras:”donde se ponen unos pies bonitos...” Como a ti, cada día me gustan menos los productos congelados y las ropas de fibra, y cada día me gustan más las violetas, las manzanas, los libros...

Si me oyes, mamá, quiero que sepas que cada vez hablo menos y pienso más. Eso quiere decir que, a pasos gigantes, me voy acercando a ti.m No, no tengo miedo, pero me gusta la vida y en ella tratar de dar lo mejor de mí. ¿Soy buena, tonta o qué?

Yo sé tu respuesta y sé que a esta hora de nubes y soledad, estás tan cerca de mí que puedo tocarte, olerte y es por eso que te repito: ¡Cuánto te quiero, mamá!